Aquellos Maravillosos Años: Cazafantasmas

Aunque parezca mentira, hubo una época en la que no necesitábamos gráficos hiperrealistas para pasarnos horas delante de una pantalla, que la narrativa tampoco era uno de los elementos esenciales a la hora de elegir qué juego se iba a convertir en nuestra obsesión. Una época en la que los videojuegos venían en cassettes y un boli bic, tu mejor amigo.

El primer ordenador que entró en mi casa fue un Commodore 64, con el que mi padre quería lanzarnos al futuro. Hasta entonces, mi único contacto con ellos era en su trabajo, donde había visto que podían programarse árboles de Navidad con unas cuantas líneas de comandos y, lo más importante, tu nombre. Y eso es lo que quería hacer yo. Crear árboles de Navidad, barcos y hasta casas con mi nombre. Sí, lo sé, mis ambiciones como programadora informática a los 8 años no eran nada del otro mundo. Tampoco se me había ocurrido que se podía jugar a algo en aquellas cosas, y aún recuerdo mi asombro cuando mi padre cargó uno de los juegos que venían en la cinta recopilatoria. El objetivo de aquello era conseguir que un paracaidista aterrizara en la base que había en el centro de la pantalla. Y ya. Si buscáis en YouTube “Parachutist”, podréis ver de lo que hablo. Y asombraros de nuestra inocencia.

Commodore 64El caso es que aquel juego me abrió los ojos a otro mundo, pero fue otro título el que me convirtió en la adicta a los videojuegos que soy hoy. Uno que obligó a que mis padres y yo firmáramos un trato: por cada hora de estudio de BASIC, tendría derecho a una hora de juego. Cumplí a rajatabla el acuerdo, aunque lo de hacer árboles de Navidad había pasado a la historia. Yo lo que quería era ganar dinero. Ganar dinero cazando fantasmas.

1984 fue el año del estreno de la primera Cazafantasmas, esa loca historia de pseudocientíficos en Nueva York a la caza del ectoplasma. Y Columbia Pictures, viendo el potencial, decidió convertirlo en un videojuego con la ayuda de Activision, que en 6 semanas entregó un título capaz de engancharme durante meses.

La historia no podía ser más sencilla: la ciudad se ha llenado de fantasmas y tú tenías que atraparlos. Comenzabas el juego con una cierta cantidad de dinero y con eso debías hacerte con el equipo necesario para cumplir tu misión. Por cada captura recibías una pequeña recompensa que te permitía comprar o mejorar tus herramientas. A saber, el coche, trampas, una aspiradora de fantasmas, distintos sensores, cebos y una especie de gafas de visión espectral.

El objetivo del juego no era, como seguro os estáis imaginando, acabar con todos los fantasmas de Nueva York ─ o de la ciudad que fuera ─. No, no, no, eso habría sido muy fácil. El objetivo era ganar dinero. Mucho dinero. Lo suficiente como para que cuando un medidor llegara a cierta cantidad ─ las wikis que tienen mejor memoria que yo dicen que era 9999 ─, tuvieras alguna opción de salvar el mundo. Si para entonces tenías en tu cuenta más de 10.000 dólares ─ de aquella época ─, eras transportado a la entrada de una azotea custodiada por el Hombre de Marshmallow. Si lograbas que dos de tus tres cazafantasmas atravesaran la puerta, el bien había triunfado. Si, por el contrario, no tenías los 10.000 dólares requeridos, el mismo bicho entrañable destrozaba la ciudad. Y tenías que empezar de nuevo.

Y todo ello con la canción de la banda sonora en bucle. Lo que no sé, es cómo no nos volvimos todos locos. O quizá sí lo hicimos, lo que explicaría unos cuantos millones de cosas, la verdad.

Así que aquí lo tenemos: un juego que fomenta el afán de enriquecimiento, en el que lo de salvar a la ciudad solo era importante en la medida en la que te pagaban. Con unos gráficos que para la época eran rompedores pero que ahora parecen de risa, con una banda sonora infernal y unas mecánicas un tanto ortopédicas ─ probad a no cruzar dos rayos hechos con píxeles gigantes y luego me contáis ─. Y yo enganchada como la que más a Cazafantasmas. Aprendiendo BASIC como si me fuera la vida en ello porque yo lo que quería era JUGAR.

Me he enganchado a muchos juegos después, algunos de los cuales ya casi se pueden considerar juegos de infancia ─ 15 años son muchos años ─, pero Cazafantasmas fue el primero. Si cierro los ojos, aún puedo ver mi coche ─ siempre elegía el de la peli, aunque no fuera ni el más rápido ni el de más capacidad ─ recorriendo aquellas calles cuadriculadas. Aunque hay que reconocer que al menos esa característica de Nueva York sí la captaron bien. Y me pasa cada vez que escucho la melodía de Ghostbusters, de Ray Parker, Jr. A mí cabeza no viene Bill Murray o Dan Aykroyd, no. Vienen sus versiones pixeladas. Es más, si algo eché de menos en Rompe Ralph fue que ni se les nombrara.

Cazafantasmas fue el juego más vendido de Activision hasta 1987. Y el más pirateado durante años ─ no, no se necesitaba Internet para eso ─. Fue también el que empezó el camino que me ha traído hasta aquí. Y solo por eso ya debería ser motivo de elogio.

María Martín

Licenciada en Periodismo, llevo juntando letras desde que tengo uso de razón, y ganándome la vida con ello desde hace unos 20 años. Jugadora desde los años del Commodore 64, le debo todo lo que sé a Sierra Entertainment y LucasArts. Lectora empedernida y consumidora incansable de series y de cine, me desestreso con los shooters, adoro las aventuras gráficas y he dedicado cientos de horas a seguir siendo igual de desastre con los plataformas que cuando empecé. Si no me ves en la vida real será porque esté paseando por Azeroth con mi elfa druida.

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1 comentario

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