La industria del videojuego: Consume y no preguntes

Querida lectora o lector, siento interrumpir tu partida, pero me gustaría que me prestases un poquito de atención. No voy a  reclamar mucho de tu tiempo, tan solo los minutos que tardarás en leer este texto, de apenas unas mil palabras. Sé que es divertido jugar, lo sé por experiencia propia. Llevo jugando a videojuegos desde que tengo uso de razón y quizás no fui muy diferente a ti. Jugaba, me divertía y planeaba con antelación cuál sería mi próxima adquisición. Creía, supongo, que los videojuegos se hacían solos. Que por arte de magia,  aparecían en las estanterías de cualquier tienda, esperando el momento de llamar tu atención y acabar entre tus manos. Solo los años te enseñan que las cosas no caen del cielo, pero nuestro mundo avanza a una velocidad tan vertiginosa, que nos olvidamos de parar y preguntarnos de dónde viene todo lo que nos rodea. Bienvenidas y bienvenidos a la economía del consumo rápido.

Todo esto viene, como ya sospecharéis, por la triste noticia que ayer confirmaba el despido de ochocientos empleados por parte de Blizzard – empresa desarrolladora y distribuidora de videojuegos como Overwatch, World of Warcraft o Hearthstone –. Me preocupa. Me preocupa muchísimo hacia dónde se dirige la industria del videojuego. En Terebi Magazine acostumbramos a hablar del videojuego como un medio cultural, pero no podemos obviar que este medio es una industria y que si los videojuegos no funcionasen, económicamente hablando, no se podrían comercializar. Sin embargo, no podemos olvidar que quienes crean el producto, que después devoramos sedientamente en casa, no son los accionistas de Blizzard o cualquier otra compañía… Son los trabajadores y trabajadoras que dedican su vida a crear y dar forma a nuestras aventuras favoritas. Y desgraciadamente la vertiente que últimamente estamos detectando y que está haciendo saltar todas las alarmas, es que no se cuida el trabajo y esfuerzo de las personas que dan vida a nuestros juegos favoritos.

Que una compañía como Rockstar haya mantenido en un continuo proceso de estrés a sus trabajadores, durante largas jornadas laborales, para que después nosotros podamos disfrutar de una aventura como Red Dead Redemption 2 no beneficia a nadie. Que Blizzard despida a 800 personas de su plantilla, prácticamente sin avisarles y tras batir record financiero durante el pasado 2018, tampoco beneficia a nadie. Lo peor de todo esto es, además, que la propia compañía se lave las manos, de cara a su propia imagen pública, al afirmar que indemnizará y asesorará a sus empleados para encontrar un nuevo empleo, una vez abandonen la empresa. Desde luego una manera diplomática de «escurrir el bulto» tras una decisión sumamente drástica y desacertada.

Una empresa como Blizzard, no necesita despedir a 800 empleados por un simple reajuste en las áreas de su organización y por una supuesta previsión menos favorecedora para ellos en el próximo año fiscal. Esta maniobra, al igual que lo ocurrido con Rockstar, solo demuestra una vez más la nula importancia que suele dar una empresa AAA a sus empleados. El fin justifica los medios y, desde luego, no tienen miramientos en tomar las medidas más drásticas si ese fin, efectivamente, lo justifica.

La pregunta ahora sería, ¿nosotros como jugadores también estamos dispuestos a justificar el fin a toda costa? No quiero jugar a un videojuego si la gente que ha hecho posible que yo disfrute de esa aventura, ha trabajado en unas condiciones lamentables. Y si esta vertiente vertiginosa de consumo, solo va a conllevar que cada vez haya mayor precariedad laboral, en la industria del videojuego, me plantearé dejar de consumir videojuegos.

Este medio es una profesión puramente vocacional. Pocas personas se van a dedicar a desarrollar videojuegos sin haber sido previamente jugadores. No me puedo imaginar lo que debe de sentir una persona que comenzó a trabajar en una compañía como Blizzard, lo cual es un sueño para cualquiera que se dedique a esto, y que tras diez años trabajando para esa empresa, donde lo has dado todo y has crecido laboralmente, te pegue una patada y no mire atrás. Es descorazonador y solo puede provocar que la gente se plantee si, aunque los videojuegos sean su pasión, merece la pena trabajar en una industria que no cuida a sus empleados. ¿Qué sería de este medio sin la pasión y cariño de las personas que los crean?

Quizás no sería tan alarmista si tan solo fuesen casos aislados… pero tengo la sensación de que no es así. La propia Amy Hennig, creadora de la saga Uncharted, ha llegado a asegurar, en alguna ocasión, que durante su paso por Naughty Dog algunas semanas llegaba a trabajar hasta doce horas diarias, durante los siete días de la semana. Esto puede llegar a ocurrir de forma puntual, especialmente, las semanas previas al lanzamiento de un nuevo título. Pero, en más de una ocasión, me he llegado a preguntar si realmente es algo puntual o un patrón que, desgraciadamente, se repite cada vez con mayor frecuencia.

Quiero creer que esta forma de proceder, tan perjudicial para el medio y sus trabajadores, no es la norma. Sin embargo, muchas veces las compañías utilizan el amor y la pasión por nuestro trabajo, para que acabemos extralimitándonos y así acabar quitándonos un derecho, tan básico, como poder compaginar nuestro trabajo con nuestra vida privada. Deseo fervientemente que noticias como las de Blizzard no se vuelvan a repetir y que se mire más al trabajador y su trabajo, por encima de los intereses económicos. Quizás peco, como siempre, de tener una visión demasiado optimista de la realidad. No obstante, sí tengo claro que en la medida de mis posibilidades – como jugadora, consumidora y comunicadora –, no dudaré en denunciar este tipo de medidas que, no solo afecta a los despedidos y sus familiares, sino a toda la industria del videojuego… con lo que ello conlleva.

Violeta Sáez

Programadora y diseñadora web. Comencé en el mundo de la informática y los videojuegos siendo niña. Intento compaginar mi pasión por la escritura junto a mi rutina basada en estructuras de datos, código y sistemas de la información. “Mi imaginación es mi realidad”.

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