Ilustración de cabecera realizada por Pilar Jiménez – Suzume.
¿Cómo funcionaría una sociedad en la que el asesinato fuese algo normalizado?
Con esa pregunta en mente acudo a la gran inauguración de la recopilación de juegos sobre la famosísima BB, Anthology Of The Killer (the catamites, 2024). Es posible que la mayoría de asistentes estén aquí por sus películas, pero yo la conozco más por sus zines, que me han inspirado a elaborar el mío propio que ahora tenéis entre vuestras manos. Como forastera de la violenta ciudad XX siento un inmenso interés en desentrañar su particular sistema en el que el asesinato se usa como medio para alcanzar cualquier fin, por lo que es menester personarme. El edificio en el que se celebra la noche de apertura se yergue sobre una zona en la que los gritos de auxilio son sonidos constantes y un viscoso líquido carmesí supura de cada una de las ventanas con barricadas. Tras un rato debatiéndome sobre si debería conceder más importancia a los pasos y gruñidos que acechan a mis espaldas por fin camino bajo el gran letrero de la entrada y se me ofrece una bebida de aspecto sospechoso.
Me dedico a recorrer cada pasillo y a participar en los nueve juegos al mismo tiempo que tomo una cantidad desorbitada de apuntes en mi libreta. El mundo que se alza frente a mí es colorido, onírico y hasta surrealista, plagado de muerte y terror pero también de humor, y a través de los ojos de BB soy testigo del uso de la sátira y el absurdismo para tratar de lidiar con una sociedad que, desde luego, no es la más agradable. Siento que es mi deber moral avisar de que me dedicaré a destripar la experiencia, por lo que si es algo que queréis sentir en vuestras carnes, aún estáis a tiempo de hacerlo. Así que, sin más dilación, vamos a adentrarnos en esta cómica pesadilla sobre sangre y zines.
Si no fuera por las siluetas dibujadas con tiza sobre el pavimento, los cadáveres amontonándose en las avenidas y los extraños individuos persiguiendo a viandantes con cuchillos, nadie diría que la ciudad XX fuese especialmente siniestra. En ella sus habitantes hacen vida normal: van a clase o al trabajo, quedan con sus amigos, tratan de divertirse… Que te descuarticen en un callejón oscuro aquí es lo más normal del mundo, así que, ¿qué sentido tiene vivir preocupándose en exceso?
Como en todas partes, la juventud es asolada por sentimientos pesimistas ante un futuro incierto y trata de sobrevivir entre reglas y perturbadoras situaciones surgidas a raíz de la proliferación del homicidio. Por ejemplo, las universidades han de estar siempre abiertas para que, ante la posibilidad de que todo el personal docente sea asesinado, el alumnado pueda entrar de igual manera a recoger sus titulaciones. Así es el mundo en el que me hallo, desconcertante y absurdo pero también coherente dentro de sus circunstancias tan particulares.
En contra de lo que pueda parecer a primera vista, la ciudad XX resulta un buen lugar para la afluencia de subculturas como la new wave o los zines sobre sucesos extraños. El panorama cultural no se ha frenado ni por asomo, es más, ahora pasa a reflejar esta incesante espiral de muerte. Como pude observar en Flesh Of The Killer, el llamado “arte moral” se encuentra en el cénit de su popularidad como consecuencia del incremento de asesinatos dado que muchas personas acuden a él como refugio y este les da cierta sensación de control y tranquilidad. En general, la moralidad es un ideal adorado y rechazado a partes iguales: necesitamos de una moral más rigurosa para frenar lo que nos aterra —o sentir que estamos en el lado bueno de la historia— pero somos incapaces de ignorar lo bien que siente profanar el más puro arte. No en vano gran parte del auge del moralismo como movimiento artístico ha sido debido a la disparatada cantidad de pornografía basada en unos nostálgicos dibujos animados que trataban de enseñar la doctrina moral a la tierna infancia.
La moralidad más estricta y el puritanismo predicados por artistas como M. T. Lott al final terminan volviéndose en contra suya puesto que su idea del Bien es una alejada de la existencia humana, eterna e inmutable como sus estatuas de blanco mármol, algo a lo que aspiramos como sociedad pero que nunca podremos alcanzar. Ni siquiera el mismísimo M. T. Lott, el cual terminó siendo arrestado por canibalizar a una mujer. Aun así, la moralidad que pregonaba continúa transmitiéndose en forma de propaganda mediante las artes plásticas y expuesta en los más prestigiosos museos.
Y es que el arte en sus diversas disciplinas es algo recurrente en Anthology Of The Killer. Por la ciudad todo el mundo conoce el famoso teatro inmersivo que en ocasiones llama a un grupo de personas sin ningún tipo de formación a representar los papeles de su obras —como si de una mesa electoral se tratase— con la peculiaridad de que les oculta gran parte de la información sobre los acontecimientos de la narrativa para favorecer su inmersión. En Eyes Of The Killer actrices, actores, espectadoras y espectadores se mezclan en el vasto escenario como invitados a un glamuroso banquete, y allí, ríos de sangre inician su caudal. Resulta imposible discernir si tales eventos están vaticinados en el guion o es una vez más la tan familiar muerte colándose y empapando los variopintos decorados.
Poco ayuda el hecho de que la trama de la obra conocida como “Melmo, the Wanderer” parezca casi imposible de descifrar y el público aplauda entusiasmado ante cualquier evento con los zapatos cubiertos de salpicaduras escarlatas. Quizá yo no sea la persona indicada para juzgar si el asesinato en sí mismo posee valor artístico o no, pero lo que sí puedo afirmar es que sin duda en la ciudad XX acostumbra a usarse como medio de entretenimiento. No en vano en ámbitos como el cine o los videojuegos el gore está muy de moda, así como el concepto de asesino serial en la cultura popular. En comparación con lo que se observa durante un paseo estándar, a mí me da la impresión de que son hasta conservadores.
Algo que resulta muy afectado por las modas y sin embargo jamás se queda anticuado es la música. Desde siempre se ha compuesto y escuchado aunque su estética y géneros hayan ido variando y evolucionando con el paso del tiempo. Para bien o para mal, la industria musical mueve muchísimo dinero por lo que estar de moda o no en ocasiones se vuelve una sentencia de muerte. La competencia entre artistas por audiencia resulta más violenta que nunca, incluso da la casualidad de que muchos tienden a desaparecer sin dejar rastro y aquellos que logran regresar del vacío no son más que cuerpos sin vida meciéndose en las olas de la playa.
Grandes estrellas como Blue D. Hans han caído en el mar del olvido: su fama es caduca ya que las modas evolucionan sin cesar y sin consideración por quienes se quedan atrás. Por fortuna continúan surgiendo nuevos artistas, aunque, en mi humilde opinión, casi todos me dan la sensación de estar prefabricados. Sus movimientos carecen de ánimo, hay quien incluso prefiere que numerosos hilos tiren de su cuerpo para moverlo, con labios que apenas se mueven y de los cuales sólo sale un canto que recuerda a las profundidades del océano. Puedo entender el atractivo para ciertos sectores, pero las sustancias oscuras que supuran de sus orificios me distraen demasiado como para prestarles la debida atención. Una pena que el arte sea tan dependiente de lo económico. Al menos están despejando las playas de cadáveres.
Hablando de modas, he descubierto que existe un trabajo destinado exclusivamente a indagar sobre lo que está de moda. Mediante encuestas y la cesión voluntaria de nuestros datos otorgamos a las empresas la capacidad de ofrecernos publicidad personalizada y productos acorde a nuestros intereses. “Al ponerte ese conjunto tan estiloso, ¿sientes que es más o menos probable que tu cuerpo sea hallado?” “¿Te calienta el corazoncito que una serie de personas cuyos ojos han sido arrancados te recuerden la importancia del amor y de la familia?” “¿Te gustaría que una “Maniac” Pixie Dream Girl te haga un mixtape para cuando te corte en pedacitos?” Cuestionarios aparte, es cierto que muchas veces la gente no está segura de lo que quiere.
De la misma manera que es común en películas románticas, la cosa que buscamos con tanto ahínco ha estado a nuestro lado todo el tiempo. Como clientes potenciales la mayoría de las veces somos como patos sin cabeza y nos viene muy bien que se nos dé un pequeño empujón de vez en cuando en lugar de caminar en círculos por una calle sin farolas. ¡Necesitamos que alguien nos indique qué es lo que nos gusta! ¿Y hay alguien más apto para esa tarea que quien mejor nos conoce? ¿Mejor que esa entidad que posee todos nuestros datos, que tiene acceso a nuestras búsquedas en internet, que sabe lo que solemos comprar, cuánto dinero tenemos y en qué círculos nos movemos? Todo resulta muchísimo más cómodo cuando tras nuestra oreja escuchamos los susurros apagados de alguien que nos dice qué música escuchar o qué vestido comprar para continuar produciendo esas canciones y vestidos que tanto gustan a sus compradores. Porque el mundo parece un poco menos deprimente cuando llevo este top tan fabuloso. Y ojalá sea el que lleve puesto cuando al forense de turno le toque identificar mi cadáver.
Es evidente, ¿no? En la sociedad de XX el arte está subyugado a la economía y a la política, donde los de arriba lo usan para que los de abajo traten de evadirse del hecho de que pronto aparecerán decapitados en un supermercado al mismo tiempo que obtienen rédito prácticamente ilimitado. Por si no ha quedado del todo claro, esta sociedad está dominada por el capitalismo más salvaje que convierte el absurdo número de muertes en grandes sumas de dinero ¡porque todo se puede aprovechar y todo puede resultar rentable!
Tal y como ya sabemos, el capitalismo posee la mágica habilidad de asimilar cada crítica y sacar provecho de ella, como quien se hace una armadura usando las balas que le disparan. Poco se hace para parar el frenesí homicida que ha tomado el control de las mentes de las personas porque a ciertos sectores les viene como anillo al dedo. Life Contracts, una empresa de venta de seguros de vida, nada en billetes plagados de manchas carmesí y rinde pleitesía a los asesinos más sanguinarios, celebrando su llegada con deliciosas tartas de fresa y nata troceadas con el cuchillo más grande que pudieron encontrar (“recordad: si el cadáver es inidentificable, ¡no pagamos!”). Aprovechan el miedo de la gente para al mismo tiempo impulsarlo y que sus pesadillas más tenebrosas tomen forma. Los empleados pululan como fantasmas por los pasillos de la compañía bajo sábanas blancas con la esperanza de apelar a la confidencialidad dentro del más retorcido corporativismo y la policía está siempre presente dejando cordones policiales tras de sí.
No es de extrañar que haya quien opine que toda la situación de los homicidios masivos no es más que un montaje para vender estos seguros de vida, aunque ese planteamiento resulta reduccionista. Porque el teatro, esa obra artística tan compleja como incomprensible, también funciona gracias a la muerte: los asesinatos dentro de la obra no están actuados, sino que son reales. El teatro inmersivo no es más que una tapadera para que la policía cometa los crímenes más atroces: en su sótano, lejos de la mirada del público, vestidos como osos, descuartizan a asistentes que han tenido la desgracia de ser sus víctimas. El personal del teatro queda reducido a meros peones que reciben fondos a cambio de montar el escenario perfecto en el que los cadáveres forman parte del decorado.
La esfera política es la que lo permite todo. Las clases dirigentes también constituyen los poderes que participan en este engranaje plagado de muerte para que continúe girando. Dr. Zoo, un no muy conocido académico local, cita a Hobbes y a su Leviatán (1651) en un intento de explicar las claves de la sociedad en la que viven. Así que, si me disculpáis, es el momento de “ponerme política«. Para Hobbes el ser humano es malo por naturaleza y en un estado de libertad y caos absolutos es capaz de convertir el mundo en uno horrible plagado de violencia sin sentido porque lo único que busca es satisfacer sus deseos y ansias de poder. Sin embargo, como especie, el ser humano renuncia a ese modo de vida y otorga gran parte de su libertad a un Estado que le garantiza seguridad e impone límites mediante castigos y fomenta el miedo a ellos. Es el sistema quien establece una clara definición del Bien y del Mal y se lo transmite a la población (tal y como hacía M.T. Lott con sus pinturas y estatuas moralistas).
Para garantizar el orden y la prosperidad, el Estado tiene el monopolio de la violencia, la violencia legítima, hipócrita ante la mirada de muchas personas puesto que hace uso de aquello que se supone que rechaza con firmeza. Por tanto, surge también, como es lógico, la llamada violencia ilegítima, aquella que pone en riesgo la estabilidad del gobierno; por ejemplo, las revoluciones. En la ciudad XX no hay un espíritu revolucionario como tal, sino que más bien reina el miedo, el pesimismo y la resignación. Sin embargo, existen ciertos grupos e individuos con un claro objetivo: establecer sus propios mundos homicidas, utopías del asesinato, distintas en sus pormenores, idénticas en propósito y medios.
Una cosa está clara dentro de la sociedad de XX: no garantiza la seguridad de sus habitantes, sino todo lo contrario. Precisamente al monopolizar toda violencia y sacar provecho de ella cualquier acto violento no hace sino reforzar al propio sistema. Usando sus herramientas intrínsecas lo que se hace es legitimarlo y otorgarle más fuerza. De la violencia ilegítima se saca dinero, y ya vemos que las empresas y las clases dirigentes poseen una muy buena relación.
Aquí, el orden es la crueldad en sí misma. Cuesta hablar de esferas independientes cuando todas ellas se hallan interconectadas: la cultural y artística, la económica, la política… Todas están basadas en la muerte y se necesitan las unas a las otras para funcionar de forma adecuada. Mediante el arte se genera propaganda y provecho económico, la política busca favorecer el clima de terror para impulsar los beneficios de las empresas, estas se benefician del alto número de asesinatos, en especial de los más brutales, y la policía está involucrada allá donde mis ojos se posan. Las ramas del sistema funcionan como un único árbol cuya sombra lo cubre todo. Al final, son lo mismo. Hobbes desde luego que plantea unas bases sociales de lo más interesantes dentro de este contexto aunque tampoco pienso extenderme más de lo necesario con un absolutista empedernido.
Cuesta no preguntarse cómo hemos llegado a este punto de estandarización de la violencia. Indagando en el pueblo River Town en Blood Of The Killer acerca de la Historia me topé con un variopinto movimiento conspiranoico que afirma que ciertos sectores están tratando de reescribir la Historia con fines políticos. Sus argumentos son minucias tales como que todo lugar dedicado a la preservación o divulgación de la Historia así como los hogares de aquellos involucrados en su investigación han quedado reducidos a cenizas. Procuro no detenerme mucho a razonar con ellos y acelero el paso en cuanto un anónimo ciudadano preocupado comienza a divagar sobre zines dentro de su alocada conspiración. River Town parece mucho más tranquila que la ruidosa y asfixiante ciudad XX. Sus calles impolutas y cuidadosamente empedradas se encuentran siempre vacías, siendo el caudal del río carmesí lo único que se atreve a romper el silencio imperante. Sin embargo, carezco de tiempo para apreciar mi entorno. En cuanto piso el puente que corona el arroyo las veo: columnas de humo se alzan en la lejanía y el ambiente se llena de un hedor como de papel y madera quemados. Si alguna vez hubo un registro histórico en River Town, dudo que ahora quede rastro de él. Ya no se puede verificar la Historia. Está siendo poco a poco reescrita en pos del asesinato como motor de la historia, todo en busca de esa utopía del homicidio.
Ahora los grandes asesinos son glorificados como héroes, visionarios e incluso como entidades mitológicas. Y esa información va colándose en las cabezas de la ciudadanía y sustituyendo un imaginario antaño establecido pero decadente en la actualidad. Una frase muy común es la de “lo peor ya ha pasado”, pero ¿y si lo peor está por venir? ¿Y si la peor parte es la que nos ha tocado vivir? Resulta imposible saber qué partes de la Historia son ciertas y cuáles invenciones de los homicidas. ¿Ha sido todo siempre así? ¿Siempre ha sido la violencia un concepto santificado por el mito, un acto repetido hasta la saciedad, origen de la mismísima nación?
Igual no es tan descabellado pensar que los pilares sobre los que se asienta esta sociedad no están hechos de madera ni de hormigón, sino de millones de cadáveres mutilados y sangrientos que la sostienen y maldicen cada día por nacer de su miseria. Un sistema erigido sobre el asesinato como ritual, origen, medio y fin, todo en uno.
Quizá sea posible profundizar más en este asunto. Porque resulta que la Historia yace bajo tierra. Y en su ataúd se encuentra Él.
Siempre ha estado ahí. Con su cabeza de buitre aparece allá donde haya muerte. Presente en todas partes: un mito, una leyenda, un ídolo. The Killer, el Asesino con A mayúscula. Su figura se cierne y cubre al mundo como un manto de oscuridad. Sus motivos son inciertos, indescifrables y casi incoherentes. Tan admirado como temido, The Killer cuenta con toda una legión de asesinos que tratan de actuar por él: ansían ser su voz, sus manos, su saliva, sus ojos, su carne, su sangre, sus oídos y su corazón. Rara vez alguien tiene la siniestra ocasión de apreciar su rostro, y, de hacerlo, lo más seguro es que sea la última imagen que su cerebro registre.
La figura de este icónico asesino termina funcionando más como un concepto que como una persona, pues no es sino la personificación de la brutalidad reinante, una entidad que lleva siglos moviendo hilos e infiltrándose en todas las instituciones, corrompiendo cada pequeña porción de realidad. Él es el amo y señor de nuestro mundo y posee la capacidad de perdurar más allá de este universo. La rebelión es inútil, cualquier uso de la violencia sólo sirve para mantenerle en su trono de sangre y hueso, desde el cielo que surca hasta las profundidades de la tierra donde todo nace, el origen del reino del pájaro. En las entrañas de la tierra el pasado se acumula como un vertedero en descomposición y los Fundadores hallan reposo en las profundidades con la estéril promesa de volver a establecer un nuevo mundo a pesar de que son incapaces de abandonar la crueldad.
Los pájaros y la muerte son sinónimos: seres que pueblan el firmamento y sobrevuelan los cuerpos sin vida señalándolos con sus trayectorias circulares. En la tierra no cabe más muerte y el cielo está encapotado por una masa infinita de aves. El canto de The Killer jamás se extinguirá: la Historia es determinista y el camino de la muerte sólo conduce a su afilado pico. La ciudad XX es ya una utopía del asesinato sin espacio para el cambio y la existencia de The Killer es la prueba fehaciente de ello.
Durante mi estancia en la ciudad he pasado una cantidad nada desdeñable de tiempo huyendo del homicida de turno. Algo demasiado engorroso teniendo en cuenta que en medio de tanta persecución toca lidiar con el desempleo y la precariedad. A pesar de todo es necesario tratar de sobrevivir más allá de la inseguridad, puesto que el sistema jamás se frena, ni siquiera ante circunstancias tan salvajes.
He podido ser testigo de la sociedad del asesinato, una capa extra que arropa las anodinas rutinas de la ciudadanía de XX, tanto la viva como la muerta. Una ciudad sumida en un ciclo infinito de regeneración y descomposición siendo movida por miles de defunciones que hacen funcionar al sistema y que al mismo tiempo son su consecuencia. Sangre manando sin cesar y derramándose formando ríos, cifras en estadísticas, personas que no regresan a casa. Empresas que multiplican sus ingresos gracias a ellas, cargos políticos que acumulan poder, múltiples guerras a pequeña escala dándose en cada rincón sin nadie que les otorgue la más mínima importancia. Una ciudad caótica y cambiante, edificios que se fagocitan los unos a los otros y cuerpos sin rostro que no tienen derecho a ser llorados. Y sin embargo, aunque sea con la cabeza baja, hay quien intenta florecer en medio de la putrefacción, tratando de escribir y procurando que los preciados textos no se vean salpicados por el tan conocido fluido escarlata. Lo más triste es que nadie parece ser consciente de la cruda realidad que les envuelve: anhelen o teman a la sociedad del asesinato, nadie parece darse cuenta de que ya viven en ella.
Por fortuna, una vez doy por finalizado mi viaje y regreso a mi ciudad de colores sobrios ya no tengo que temer por mi seguridad; ya nadie puede hacerme daño. De vuelta a una sociedad cuyo arte es libre de ataduras económicas y propagandísticas, en la que no se pierden incontables vidas sin motivo, donde los muertos no dan rédito político ni económico, sin guerras ni genocidios, en la que el asesinato es tabú y trae consecuencias monumentales. Sin cientos de cadáveres amontonados a plena vista mientras que se pretende ignorar su existencia y esconderlos bajo una alfombra. Un lugar en el que las clases dirigentes cuidan al pueblo, lleno de vidas valiosas e imprescindibles y de personas que tienen la certeza de que podrán ver un amanecer más. Allí donde no se proyecta la sombra de The Killer. Lejos de la sociedad del asesinato.
Es bonito pensar eso, ¿verdad?