Relato ganador en el concurso TeRelato que se realizó en nuestras redes sociales
Relato escrito por Yolanda López
Ilustración de cabecera realizada por Kat Libres Líos
Los brazos de Samus ardían desde hacía rato tras cargar durante todo el día con la escopeta de corredera devastadora. Estaba más que acostumbrada a realizar aquella ardua tarea, pero las agujetas de la jornada anterior, que también había sido de aúpa, le pesaban lo indecible.
Hacía ya unos veinte años que la pandemia zombi había asolado el planeta y no parecía que nada ni nadie fuera a ser capaz de ponerle fin a ese caos en un futuro cercano o lejano. Así que la rutina de Samus, desde hacía más tiempo del que podía recordar, consistía precisamente en eso: cargar con un arma y explorar el vasto territorio en busca de provisiones.
Pero no lo hacía sola. Por suerte, tenía su lado a Jinxxx, su compañera de destino, su incansable esposa, su inconmensurable amor.
Ese día, como era habitual, la brisa soplaba sobre las copas de los árboles y el sol iluminaba los campos verdes. Unas pocas construcciones humanas, algunas más ruinosas que otras, se dejaban acariciar por sus rayos. En aquel escenario, bonito a su manera, no solo los zombis podían atacarlas en campo abierto. Otras personas, que luchaban por sobrevivir, como ellas, también necesitaban recursos, y eso significaba la aniquilación para quien no tuviera la habilidad (o muchas veces la suerte) suficiente.
Habían llegado a una colina, una posición privilegiada desde la que podían vigilar un amplio espacio de tierra y descansar un poco. No habían terminado de tomar un par de bocanadas de aire cuando, de súbito, un rival salido de la nada empezó a dispararles sin tregua. La respuesta por parte de ambas no se hizo esperar: enarbolaron sendas armas y encañonaron al enemigo, despojándole de cualquier opción de victoria. Viéndose entonces este en clara desventaja, emprendió su huida colina abajo hacia un pequeño valle por el que discurría un discreto arroyo, pues prefería ser un cobarde vivo que un osado muerto. Samus, cegada por la ira que irradia de las ansias de venganza, echó a correr tras él y, tras recorrer un trecho siguiendo su estela, un disparo certero a la cabeza terminó con su existencia. Cuando se acercó al lugar donde había caído, vio que esa piltrafilla había amasado un buen botín. Recogió las posesiones que le resultaron útiles antes de que se perdieran arroyo abajo y curó sus heridas con un botiquín. Saboreó una vez más su victoria y se dispuso a encaminar sus pasos de vuelta con Jinxxx. Al levantar la vista, con las botas aún tocando el borde del agua, lo que más temía, la escena más aterradora que Samus se podía imaginar se materializó ante sus ojos: un zombi corría despavorido hacia Jinxxx.
No debía haberla dejado sola, había sido un error imperdonable y ahora pagaría por ello. Aun desde la gran distancia que las separaba, era palpable la desesperación con la que la criatura ansiaba saciar su sed de carne humana, y era la de Jinxxx la que más a mano le venía. Ella, que estaba de espaldas a la situación, vigilaba el horizonte con el fusil en ristre, sin percatarse ni por un segundo del peligro que se cernía sobre ella.
Samus sopesó la idea de disparar con la escopeta desde donde se encontraba, pero sabía que sería inútil. Era un arma implacable en las distancias cortas, aunque totalmente inservible a más de diez metros, pues las balas se desperdigaban y eran imposibles de controlar. Solo alguien con una gran habilidad se atrevería a apretar el gatillo con la intención de acertar a un blanco lejano con esa escopeta. Sin saber cómo ni cuándo, Samus se lanzó a una carrera que sabía perdida mientras gritaba el nombre de su amada con todas las fuerzas que le quedaban en los pulmones.
―¡Jinxxxx! ¡Noooooo!
Al oír el grito de Samus, Jinxxxx miró por el rabillo del ojo y tuvo el tiempo justo para girarse bruscamente con el fusil bien agarrado y el dedo puesto en el gatillo en el preciso instante en que el zombi se abalanzaba sobre ella. Un disparo y un crujido fortísimo y desagradable atravesaron el aire y silenciaron todo en derredor. Ni un grito, ni un lamento. Silencio.
No. No había llegado, no había salvado a Jinxxxx. El tiempo se paró para Samus cuando Jinxxxx cayó bajo el embate del monstruo. Una nebulosa se apoderó de todos sus pensamientos
y lo único que oía era su respiración entrecortada mientras corría y corría colina arriba sin apenas resuello.
Mientras se acercaba al lugar de los hechos con la adrenalina rugiendo por sus venas y esperando encontrarse lo peor, se le llenaron los ojos de lágrimas y el alma de culpabilidad. Había bajado la guardia por completo, había abandonado a Jinxxx por una estúpida revancha, pero ya nada importaba. Solo le quedaba concederse un último momento de despedida con su amor. Dio los últimos pasos hasta la cima, dispuesta a reventar de un tiro el cráneo del zombi, apuntó y, cuando estaba soltando el aliento para apretar el gatillo y aniquilar a aquella criatura infesta salida del averno, escuchó la risa de Jinxxx.
―Ji, ji, ji, ji, ji.
No era posible. ¿Serían alucinaciones de su mente ahora perturbada por aquella visión funesta?
―¿Jinxxx? ―acertó a articular.
El zombi no dejaba de gemir sobre la pierna de Jinxxx, y a Samus, con la escopeta en alto lista para disparar, la atenazó un miedo que no sabía describir.
―¿Jinxxx? ―volvió a preguntar con cautela, pues bien podía haberle dado por reír al saberse víctima de la mordedura mortal de un zombi…
Jinxxx levantó la cabeza y miró a Samus desde el suelo. Parecía tan normal como siempre, incluso contenta. Samus, que lidiaba con el embotamiento y un terror desconocido, solo pudo quedarse con la boca un poco abierta en señal de pregunta muda.
―Ji, ji, ji. Pues resulta que, al girarme tan de golpe (es que me he cagado de miedo, ¿sabes?), le he partido todos los dientes con el fusil —Abrió la mano y mostró, efectivamente, un puñado de dientes más podridos que blancos—, y ahora me está acariciando el muslo con las encías y es muy gracioso. Y mira qué monada, con las manitas ahí, agarrando el césped con todas sus fuerzas…
Mientras Samus salía del estado de shock, y recuperaba el aliento y el ritmo cardiaco en un tiempo récord, Jinxxx disfrutaba de un masaje improvisado sobre la hierba. Solo ella podía tomarse con humor aquella situación.
Al cabo de unos minutos y con toda la naturalidad del mundo, Jinxxx acercó el fusil a la cabeza de aquel ser y apretó el gatillo sin percatarse de que Samus estaba en la trayectoria de los sesos que salieron disparados. Por suerte, el salpicón viscoso la terminó de sacar de su ensimismamiento. Le tendió la mano a Jinxxx para ayudarla a levantarse.
—Vayamos a casa. Ahora tengo que limpiarme todo esto.
Después de una larga caminata, se alzó ante ellas una mansión de dos pisos más buhardilla con piscina y jardín, muy luminosa, cocina espaciosa, equipada con lo último de lo último, dos baños completos y seis habitaciones, cada una con una función diferente (hacer ejercicio, pintar, leer, ver la tele, dormir…), todas ellas amuebladas con un estilo clásico y un gusto algo dudoso. Y para rematar, una valla de cuatro metros de altura para evitar el paso de ningún zombi.
Llevaban arañazos, rasguños y restos de cadáver por todo el cuerpo, pero no podían estar más felices. Haber sobrevivido a todo eso y poder regresar juntas a casa hacía que la vida se viera de otra manera. En ese preciso momento, no podían quererse más. Sin embargo, ya no quedaba ni rastro de verde en el rombo sobre sus cabezas y el naranja ya empezaba a dejar paso al rojo. Debían ponerse a mejorar aquello.
En el tiempo que Samus se duchaba (y vaciaba su vejiga), Jinxxx aprovechó para pintar un cuadro que tenía a medias. Aunque no se sabía con certeza qué representaba, al menos la combinación de colores era bonita. Cuando por fin, Samus salió del cuarto de baño, Jinxxx pudo entrar a satisfacer sus necesidades, no sin antes vender a cualquier coleccionista su obra maestra terminada.
Entonces, limpia y contenta, Samus empezó a hacer la cena. Saciar su hambre era lo único que les faltaba para alcanzar la plenitud de nuevo. En aquella cocina, cocinar era sencillo y rápido. Atún a la cazuela. Jinxxx salía del baño al olor de la cena recién hecha. Samus sirvió la bandeja en la encimera de la cocina y cada una cogió un plato que llevaron a la mesa. Estaba
delicioso y se notaba muy nutritivo, fruto sin duda de las innumerables horas que se había pasado leyendo libros de cocina y perfeccionando la técnica culinaria. El rombo sobre sus cabezas ahora lucía un verde intenso precioso. Lo habían conseguido.
Había llegado su momento preferido del día: sentarse juntas a jugar al videojuego más clásico entre los clásicos: el Super Mario Bros. de la NES. Se sentaron en un sofá innecesariamente grande, pues ellas adoraban estar pegaditas, y se turnaron para jugar un nivel cada una. Después de pasar unos cuantos niveles, relajadas y divirtiéndose, Jinxxx fue la que rompió la atmósfera.
―María, voy a ir haciendo la cena, ¿vale?
Ese nombre sacó a Samus por completo del juego, pero luchó por mantenerse un ratito más. Le gustaba vivir la experiencia completa.
―¡No! ―Pausa dramática―. No permitiré que nada nos separe. Ni siquiera la cena ―le dijo a Jinxxxx agarrándole la muñeca.
―Me lo dices cuando veas lo que voy a preparar. ―Le plantó un cariñoso beso en el dorso de la mano y desapareció.
Samus, que ya empezaba a ser María otra vez, se quedó sola ante la pantalla mientras rememoraba el día. El nuevo pase de batalla remember de Fortnite con crossover con Los Sims y The Last of Us, y acceso a todos los juegos antiguos de Super Mario Bros. con la suscripción prémium de Nintendo en realidad virtual estaba superando las expectativas de cualquiera. El precio era ridículamente prohibitivo, pero si se juntaba un grupo de diez o doce precarias más, podían pagarlo durante un tiempo. Al menos aún se podía compartir cuenta…
La realidad volvía a imponerse una vez más en su fantasía de heroína por un día. Se quitó el casco de realidad virtual y lo dejó en el sofá, miró su casa, pequeña pero acogedora. El olor de la cena, esta de verdad, que Ana estaba a punto de sacar de la sartén invadió todos sus sentidos. Croquetas. Nada podía ser mejor.
—Por un momento, pensé que te había perdido, ha sido horrible —dijo María dándole un abrazo atenazador a Ana.
—¡Ay, ella, la dramática! —rio Ana mientras hacía un gesto grandilocuente a su vez y le devolvía el abrazo. Era una de las cosas que más le gustaban de María, cómo se metía en los videojuegos, en el papel de cada personaje, aunque también le gustaba pincharla con ello—. Te gusta vivirlo con intensidad, ¿eh?
—¡Es que no sé jugar si no es intensamente!