Sofna, sofna…

Relato finalista en el concurso TeRelato que se realizó en nuestras redes sociales

Relato escrito por Jorge Javier Castelló Casas.
Ilustración de cabecera realizada por Irene Santos Rubio.

De nuevo, llego de vuelta a casa enfadado. Y hoy ya es la segunda vez. Jurando en arameo, R. sabe que algo no ha ido bien en el paseo.

– ¿Y qué ha hecho esta vez? – pregunta.

– Pues comerse una cosa que ha encontrado en el suelo – le contesto –, no me ha dado tiempo a quitárselo y se lo ha comido. Y ahora, como le siente mal, 50 € más de veterinario. Y eso como mínimo.

El protagonista de mi ira, una vez más, es mi perro: Drogo. Su madre, R. que lo tiene más consentido que yo (aunque es justo reconocer que también más educado), sale una vez más en su defensa.

– Por mucho que te enfades con él es un animal, cariño; hay cosas que no va a entender por más que intentes educarlo.

Y lo cierto es que ya llevamos 5 años educándolo y compartiendo nuestra vida con él. 5 años desde que lo acogimos en Cullera, de cachorro, deambulando solo por la playa con su hermanita India. India se fue con otra familia y Drogo, que así lo llamamos, se vino con
nosotros. Lo criamos desde cachorro y hoy, cinco años después, con sus 28 kilos y sus pelitos blancos en el hocico, que lo convierten en todo un gentleman, es uno más en casa. Bueno, él y su hambre, que es casi un ente propio y es lo que ha provocado mi nuevo enfado.

– Además – continúa R. – no te centres mucho en estos enfados porque te vas a arrepentir el día que se muera.

Ya está. Ya salió la frasecita.

– ¿Pero otra vez con eso? – replico – Mujer, no te agobies tanto y disfruta. Además, tarde o temprano tendrá que pasar, así que no te martirices antes de horas.

R. me mira con cara condescendiente, pero la discusión se queda ahí. Decidimos cenar y ver algo mientras Drogo devora su plato a toda prisa para, una vez acabado, venir a la mesa y volver a pedirnos un trozo de nuestra comida.

– Claro, es que te habrás quedado con hambre en el parque – le digo, como si pudiese entenderme; lo que parece hacer (a su modo, eso sí), ya que en cuanto he acabado mi frase me echa la pata para que le dé comida. Como hoy estoy enfadado no funciona y R. decide seguirme en el ‘castigo’, aunque sé que le cuesta. Pasado el rato después de la cena, R. me dice que se va a dormir, pero como mañana tenemos libre los dos, decido que me voy a quedar un rato despierto y voy a empezar el God of War: Ragnarok. Le tenía muchas ganas por saber cómo continuaba la historia, y hoy es ‘la noche’.

Drogo no sabe qué hacer, pero se queda conmigo en el salón, acurrucado a mi lado en el sofá, aun y a pesar de que llevo de morros con él toda la tarde – noche.

Llevo 5 minutos jugando. Atreus ha empezado a hablar de un lobo que tiene llamado Fenrir, al que le está llevando comida porque no lo ve muy en forma y Kratos le dice que tiene que prepararse para lo peor; sin embargo, como ‘nuestro espartano’ siempre ha sido la alegría de la huerta, pienso que es el típico comentario que haría. Sin embargo, al llegar, se ve a un animal que apenas puede salir de su ‘caseta’, llorando lastimosamente casi con cada paso queda. Atreus le corta un trozo de carne bien sabroso y el pobre animal, a pesar de intentarlo, no puedo con ese pedazo. Teniendo en cuento los antecedentes de Drogo de esa tarde, malo que un animal de esta especie no tenga hambre ni pueda comer. Y entonces es cuando me doy cuenta de que si ese animal quiere seguir viviendo, es para estar junto a Atreus, que es a quien ama de verdad, y es por él por quien sigue aferrándose a la vida a pesar de que el cuerpo le pide rendirse. Y por eso, cuando Atreus le dice que ya puede descansar y Fenrir, moribundo, le corresponde con su último lametazo, yo me hago trizas y me rompo en mil pedazos. Atreus le susurra ‘sofna, sofna’ (duerme, duerme) y mientras veo como Fenrir va abandonando la vida y sus pupilas cambian de color mientras cierra los ojos, tengo que pausar el juego porque las lágrimas me impiden ver la pantalla.

Joder, es que es verdad. Un día no va a estar. Lo quiero tanto, tantísimo… y un día se irá para siempre y no volverá.

Y de repente, el que nota un lametazo en la cara soy yo. Drogo se ha despertado y me chupa las lágrimas para quitármelas y limpiármelas. Le abrazo y, aunque sé que no entiende una palabra de lo que le digo, le susurro que lo quiero muchísimo, que es de las mejores cosas que esta p*** vida me ha puesto delante y que siento la bronca de esta tarde. Él decide incorporar su lomo y sus patas delanteras sobre mi y recostarse de nuevo, pero esta vez encima de mí. Y le acaricio la cabeza hasta que se duerme. Me sobrepongo e intento seguir jugando, pero esa escena me ha roto, e incapaz de quitármela de la cabeza no soy capaz de seguir jugando. Apago la consola y nos vamos a la cama. En un día normal no creo pasaría lo que está a punto de suceder, pero hoy le dejo subirse a la cama y dormir con nosotros.

A la mañana siguiente, decidimos ir a un parque con una gran explanada donde podemos soltar a Drogo para que corra, que es lo que más le gusta. Le tiramos la pelota una y otra vez y él, incansable, no se da por vencido. Y si dejamos de tirársela, viene a buscarnos pidiéndonos más. Mientras seguimos jugando con él, R. y yo vamos hablando.

– Siento decirte ayer que no te martirizaras – le digo a R. – tenías razón, un día no estará y no quiero quedarme con los malos momentos porque reconozco que me va a doler mucho cuando se marche. Por eso, trataré de enfadarme menos cada vez que haga una trastada, porque quiero que disfrutemos los tres juntos mientras podamos.

Ella no sabe qué ha pasado, pero se le humedecen los ojos ligeramente y me da un beso en la mejilla por toda respuesta. Pasados unos instantes, ella me hace una pregunta que me hace pensar más que otras muchas que me hayan hecho.

– ¿Alguna vez has pensado, si pudieras volver atrás en el tiempo, si volverías a adoptarlo? – Me pregunta – es decir, sabemos que nos va a doler tanto cuando se muera, que alguna vez me he planteado qué pasaría si tuviésemos la opción de volver atrás, no adoptarlo y ahorrarnos ese momento tan horrible. En fin, sé que suena raro, pero en ese contexto… ¿te has planteado qué harías?

Debe ser la octava vez que Drogo me trae la pelota. Aún recuerdo cómo me rompió ayer el juego en tan solo 10 minutos de partida. Y, no sé por qué, eso me retrotrae al último juego en el que me desmoroné emocionalmente a los diez minutos de partida y, por ende, a la respuesta que le doy a R.

– Si Dios decidiera darme una segunda oportunidad… te aseguro que lo haría de nuevo. R. me mira, con una sonrisa y extrañada.

– ¿Dios? Tú no dirías eso en la vida – ríe – ¿eso qué es, de algún videojuego?

Miro a Drogo mientras espera que le tire la pelota de nuevo.

– Sí. De uno de los mejores, de hecho.

– Ya decía yo…

Le tiro de nuevo la pelota a Drogo. Una vez más, él corre a por ella. Está feliz. Nosotros también. Y sí, ya sabemos que algún día no estará.

Pero ahora, está.

Y todo está bien.

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