Vuelta a Melee Island

Ilustración realizada por Claudia en la que se pueden ver diferentes personajes del videojuego Monkey Island. En medio se encuentra una persona sosteniendo un cofre con un tesoro y el juego dentro.

Ilustración de cabecera realizada por Claudia.

 

Si la venganza es un plato que se sirve frío, la nostalgia debería servirse caliente. Como la sopa de tu abuela que, en los días de invierno, te calentaba el esófago, la tripa y hasta los dedos de los pies. Sin embargo, todos los que hemos hecho algún viaje a la memoria o una incursión a algún reboot de algo que adoramos en su momento, sabemos que lo más seguro es que el plato esté templado y nos deje un regusto agridulce.

Con el miedo de acabar con ardor de estómago y lágrimas de decepción en los ojos, asistí al anuncio en Twitter de que *MI* videojuego por excelencia volvía a la vida. Por supuesto, ningún temor me iba a mantener alejada del juego. Hasta que unos cuantos trolls de internet dieron al traste con mis esperanzas de ir conociendo más detalles del juego antes de su lanzamiento, cuando atacaron a Ron Gilbert por el nuevo aspecto del mismo. Como ya ganaron su minuto de gloria, lo dejaré ahí. No sin antes afirmar que, si me encuentro con alguno de ellos, espero que tengan “un barco para una rápida huida”, y que ahora entiendo “lo que significan basura y estupidez” (Swordmaster dixit).

Pero volvamos al turrón. O a Melee Island.

No cabe ninguna duda de que me hice con el juego el mismo día que salió. Sin esperar a rebajas, ofertas u otros descuentos estacionales que seguro que iban a afectarle. Y le habría tirado más billetes si hubiera podido. Incluso antes de jugarlo, porque estaba convencida de que iba a valer cada céntimo que pagara por él, y porque creo que el valor de retomar una saga tan querida por muchos, con ganas de actualizarla desde el respeto, merece una recompensa. Después, una vez empezada y acabada mi nueva aventura por el Caribe, les habría dado a Ron Gilbert, Dave Grossman y Rex Crowle acceso directo a mi cuenta corriente.

Si antes comparábamos la nostalgia con la sopa de la abuela, Return to Monkey Island (Terrible Toybox, 2022) es un festín con todos tus platos preferidos, en bandejas que no se terminan nunca y servidos a la temperatura perfecta. No hay puntada sin hilo, pixel sin razón de ser, ni sonrisa malgastada.

Tiene absolutamente todo lo que hizo grande a la saga: puzzles absurdos y absurdamente complejos; sentido del humor inteligente e inteligentemente ridículo; una búsqueda del tesoro que no deja de ser una metáfora; la relación sentimental menos estereotípica del mundo; y el malvado pirata zombie más famoso del Caribe. Y Stan. Y Murray. Y los tres jefes. Y el cocinero de la taberna Scumm. Y la Voodoo Lady. Y Wally. Y Cobb. Si no sabes de quién estoy hablando, tienes deberes por hacer.

Pero Return to Monkey Island no sólo basa su existencia en la nostalgia y en volver a lo que ya sabemos, sino que incluye nuevas mecánicas y características que harán las delicias de las nuevas generaciones de jugadores. O de los que tienen afán de completismo.

Gilbert y Grossman, y el equipo de Terrible Toybox, han incluido 39 logros. Algunos que se consiguen de forma automática (como los de avance en la historia), otros que requieren que juegues en modo difícil y unos cuantos que te van a requerir volver sobre ciertas escenas. Muchos de ellos seguirán apelando a esa nostalgia y esa sonrisa fácil que, no nos engañemos, funciona como un reloj.

Unido a los logros, pero con una mecánica propia, están las tarjetas de Trivial que puedes ir recogiendo en cada pantalla del juego, y que juntas van componiendo una particular historia de la saga. Por supuesto, coleccionar todas requerirá volver a Melee Island más de una vez. O de dos. En mi caso llevo 4 partidas y aún no las tengo todas, pero sólo puedo culparme a mí misma, ya que me dejo absorber por el juego cada vez y acabo olvidándome de buscarlas…

Además de todo lo anterior no puedo dejar de mencionar el cariño que me ha despertado el scrapbook con los recuerdos de pasadas aventuras de Guybrush y, muy especialmente, la carta final de Ron. Una nota que otorga un nuevo significado no sólo al final del juego, sino a la obra al completo, desde su concepción hasta el momento en el que tú, como jugadora, escuchas los acordes finales de una de las melodías gamers más famosas del universo. Sin embargo, no puedo evitar pensar que a esa carta le falta algo. Que Ron se dejó en el tintero algo muy importante. Gilbert explica, en ese pequeño texto, la filosofía con la que se pusieron manos a la obra, la fuerza a la que él atribuye cada decisión, pero para mí está clarísimo que Return to Monkey Island no es solo un ejercicio creativo y de actualización de un clásico, sino que es, fundamentalmente, una carta de amor. A la saga, a los equipos detrás de los primeros juegos, a los personajes mismos. Pero también a aquellos que crecimos jugándolos, que los hicimos nuestros. Que espetamos “peleas como una vaca” cuando queremos insultar a alguien. Que nos giramos expectantes si alguien nos avisa de que hay un mono de tres cabezas. Que sabemos que entre los ingredientes del verdadero grog se cuentan queroseno, ácido sulfúrico, ron, SCUMM, grasa para ejes y ácido para baterías.

Return to Monkey Island recupera la gloria de los point & click clásicos con sus adivinanzas, sus pistas indescifrables a simple vista y su sentido del humor. Pero los años le han añadido, por herencia de sus desarrolladores, una pátina de madurez, de tesoros que no son doblones de oro, de buscar las enseñanzas en los lugares más inesperados. De despertar las sonrisas torcidas y de ojos empañados cuando paseamos por los lugares que nos vieron crecer. 

Quería haber hecho una crítica más al uso del juego, más basada en las mecánicas, el guión, lo que te encuentras como jugadora cuando lo inicias. Pero me resulta imposible. No puedo hablar de Monkey Island sin que la nostalgia se apodere de mí. Y no me avergüenza que sea así. De hecho, lo considero un logro más en el cinturón de Gilbert y Grossman. Menos en estos días en los que el recuerdo de unos tiempos más inocentes lucha contra nuestros principios en la trinchera de los videojuegos. En estos días es refrescante saber que hay fantasías a las que puedes volver con cierta tranquilidad.

¡En este otro artículo os cuento mi experiencia con The secret of Monkey Island!

María Martín

Licenciada en Periodismo, llevo juntando letras desde que tengo uso de razón, y ganándome la vida con ello desde hace unos 20 años. Jugadora desde los años del Commodore 64, le debo todo lo que sé a Sierra Entertainment y LucasArts. Lectora empedernida y consumidora incansable de series y de cine, me desestreso con los shooters, adoro las aventuras gráficas y he dedicado cientos de horas a seguir siendo igual de desastre con los plataformas que cuando empecé. Si no me ves en la vida real será porque esté paseando por Azeroth con mi elfa druida.

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