Paseos, Labordeta y mecánicas de juego ligeras en Breath of The Wild

Zelda

Imagen de cabecera realizada por Irene Santos.

Este es posiblemente el artículo más extraño que haya escrito en mi vida y me alegro de poder compartirlo con todes vosotres. Todo empezó hace unas semanas cuando me acordé de lo que me gustaba de pequeña ver los programas que echaban en la 2 de TVE. Casi todos los días sino todos, el canal emitía, desde las 12 de la mañana, mis dibujos animados favoritos. Grandes clásicos de las televisiones españolas en los 90-2000 como: Las Tres Mellizas, Waltermelon, El Inspector Gadget o La Pajarería de Transilvania.
Cuando los dibujos terminaban, creo recordar que lo que se emitía era Saber y Ganar y, después, el programa de José Antonio Labordeta Un País en la mochila.

No os voy a engañar: aunque he nacido en España me cuesta mucho sentirme española. Por alguna razón que desconozco, aunque sigo dándole vueltas, no tengo un gran sentimiento nacional a pesar de haber nacido en Madrid, de madre gallega y padre madrileño, y haber pasado 22 años de mi vida – actualmente tengo 28 años – viviendo en la capital.

Volviendo al tema del que os hablaba, de repente me acordé con mucho cariño del programa de Labordeta. Programa de siesta, no nos vamos a engañar, pero programón al fin y al cabo. Hay veces que pienso que hay mérito en los programas culturales que nos hacen sentir tan a gusto como para quedarnos dormides, pero no querer realmente apagar el televisor. Hay programas que te mecen, y creo que Un país en la mochila es uno de ellos. Porque no sólo se enseñaban lugares maravillosos de nuestro país, sino que también se hablaba con las personas y se llegaban a conocer un poquito más pueblos y ciudades pequeñas de las que quizá, de otra manera, no habríamos oído hablar.

De tanta nostalgia, encontré el primer episodio que TVE emitió en… 1993 – yo ni siquiera existía aún -. Era sobre el maestrazgo de Teruel, en Aragón. Hora u hora y media de programa con Labordeta recorriendo pueblitos y visitando lugares tan mágicos como el nacimiento del río Ebro. No os voy a mentir: estuve toda la duración del programa pegada a la pantalla casi sin respirar: ¡quién iba a pensar que los pueblos de España tenían ese poder! Me sorprendió enormemente el cariño con el que vi el programa, precisamente porque no me siento extremadamente identificada con nuestro país. Puede ser que lo que me falte sea conocer un poquito más, ya que siempre tendemos a mirar más para fuera que para lo que tenemos “en casa”.

Me sorprendió muchísimo cómo habían cambiado las cosas en 29 años. Puede ser que suene extremadamente millennial, pero incluso la gente me pareció muy diferente de la de ahora. Me costaba mucho pensar que “sólo” habían pasado casi 30 años. Igual a vosotres también os pasa cuando veis cosas de este tipo.

Total, que igual en este punto os estáis preguntando qué tiene que ver esto con videojuegos; aunque en realidad ya os lo dejaba caer en el título: vamos a hablar de Breath of the Wild.

Aunque The Legend of Zelda: Breath of the Wild salió al mercado hace ya algunos años, lo estoy jugando de nuevo en mi Nintendo Switch. Mientras recorría los campos de Hyrule para completar una de las misiones encomendadas por Impa, una de las fieles servidoras de Zelda, me vino una idea a la cabeza: el placer que produce recorrer valles, ríos, montañas y pueblos en este juego.

Como game designer, obviamente todos estos detalles me llaman poderosamente la atención. El nivel de detalle que Nintendo puso en los sentimientos de aventura y descubrimiento producidos por este juego son de otro mundo. The Legend of Zelda no es un walking simulator ni muchísimo menos, pero creo que uno de los pilares de juego más poderosos de esta saga es que cada uno puede, con ciertos límites, jugar como quiera. No sólamente hay mecánicas de lucha, misiones principales y misiones secundarias; también hay otros elementos que contribuyen a la versatilidad del juego de apelar a un público más amplio, sin limitarse únicamente a aquellos jugadores que disfruten de historias y gestas, sino de cosas más sencillas como cocinar, pasear, pescar, recolectar vegetales y hablar con gente.

Y es aquí, como os decía, donde se me cruzó Zelda con Labordeta. Estoy disfrutando muchísimo de descubrir lugares en medio de la nada o coger un caballo y ver el atardecer. A veces, aunque en mi cabeza sepa que el mapa tiene sus limitaciones, el espacio se antoja infinito. Todavía recuerdo cómo hace algunos años se demonizaban los walking simulators, ya que teóricamente “no se hacía nada”. Y supongo que es aquí donde, además, viene mi apología a los juegos donde “no se hace nada”. Creo que hay mucho valor en no hacer nada y que deberíamos practicarlo más en general. Pero también creo que, el que caminar y hablar sea considerado como «no hacer nada», es un reflejo de la sociedad actual, ya que no es verdad que no se haga nada. No se produce nada caminando y hablando, no hay ningún objetivo de competición, y ni se gana ni se pierde. Pero te obliga a tener que escuchar, que es otro de los problemas actuales: no tenemos tiempo de escuchar nada. Así que esto me lleva a los paseos en Hyrule, y a que me encantaría aprender más de las ciudades y aldeas que aparecen en el mapa, de sus tradiciones, gastronomía y a lo que se dedican las personas que allí viven.

Como game designer de juegos mayoritariamente no competitivos y emocionales, siempre estoy deseando aprender más formas de añadir la magia de las pequeñas cosas del mundo real al mundo videolúdico, porque estas cosas no solo nos hacen felices, sino que son aquello que en realidad nos mueve y marca la diferencia en nuestro día a día, tal y como me sentía de pequeña viendo la 2 y los programas de José Antonio Labordeta.

Marina Díez

Soy filóloga italiana y llevo más de seis años dedicándome al periodismo de videojuegos en varios medios de comunicación. He fundado Terebi Magazine y hoy por hoy puedes leerme también en Nivel Oculto. También doy conferencias cuando me dejan.

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