The Artful Escape y el determinismo (familiar)

The Artful Escape - Terebi Magazine

Fotografía de cabecera realizada por Paz Molina.

-Ian.

-¿Sí?

-Si pudieras ver tu vida de principio a fin, ¿cambiarías algo?

(La Llegada)

Quizás esto pueda sonar efectista, pero he pasado muchas noches, casi siempre agarrando una cerveza y con la música demasiado alta, discutiendo sobre la película La Llegada (Arrival, Denis Villeneuve, 2016). En el ojo del huracán de todos esos diálogos –en ciertos momentos embravecidos–, siempre el mismo desentendimiento: ¿determinismo o libre albedrío?

No voy a destripar la trama de esta cinta maravillosa que siempre agita todos mis cimientos intelectuales y me conecta con momentos muy específicos de mi vida personal (¿no es espectacular cuando un objeto cultural consigue esto?). Si la traigo al inicio de este artículo es porque siempre salta a mis mecanismos cuando reflexiono sobre la capacidad (o la no capacidad) del ser humano de ser libre a la hora de tomar decisiones. ¿Hasta qué punto estamos determinadas por las circunstancias que nos rodean a nivel macro y micro? ¿Podemos hablar de la existencia de una libertad plena viviendo conectadas a relaciones y responsabilidades que nos moldean de manera inevitable?

Cuando los créditos finales de The Artful Escape (Beethoven & Dinosaur, 2021) aparecen ante mí vuelven todos estos interrogantes, y conecto con la obra de Villeneuve, que parte de la adaptación del relato La historia de tu vida de Ted Chiang. En esta historia, la doctora en lingüística Louise Banks entra en contacto con una raza alienígena y el aprendizaje de su lengua, una experiencia viaje que la lleva a ser capaz de conocer el universo desde una óptica determinista en la que el libre albedrío, precisamente, se ejerce al decidir no interferir en cómo va a ocurrir cada acontecimiento, sabiéndolo de antemano.

En The Artful Escape, conocemos a Francis, un músico de folk adolescente que no puede desprenderse de la sensación de que las piezas de su vida no terminan de encajar. En gran medida porque su vínculo con la música siempre ha estado marcado por la presencia de su tío, el famosísimo músico Johnson Vendetti. Francis, como todo adolescente, lidia con infinidad de incertidumbres a la hora de construir su identidad. Como añadido, durante toda su vida ha estado determinado por la estela musical de su familiar y lo que se supone que esperaban de él como persona y como músico. Francis no es libre; ni siquiera lo es para permitirse aceptar que no lo es.

Cuando comenzamos el prólogo, Francis se encuentra tocando en medio de la naturaleza cercana a Calypso, su pueblo natal y también el pueblo natal del laureadísimo John Vendetti. Rasgando unos acordes para darle forma a una balada folk sobre las penurias de la vida de un minero (literalmente: los guiños, a veces un poco de bully, que este juego hace a la música folk son muy divertidos), sigue sin saber si el concierto debut que va a dar esa noche en Calypso es realmente lo que quiere. Se lo dice la poca emoción que siente cuando entona frases bucólicas sobre la naturaleza con melodías folk. Su síndrome del impostor, engordado por la presencia constante de su tío, le persigue y no consigue estar seguro de que ese concierto vaya a ser una buena idea. Y, sobre todo, de si va a lograr estar a la altura de la música del gran John Vendetti, que es, en realidad, lo que todos los habitantes del pueblo quieren escuchar esa noche (algo que no dudan en recordarle cuando se cruzan con él).

Así que Francis se encuentra atravesado por la lucha entre aquello que los demás esperan que sea y su propio descubrimiento sobre quién es en realidad y qué quiere en la vida. Este adolescente inquieto e introvertido, fan de la ciencia ficción y un guitarrista excelente cuando se deja llevar por las notas vertiginosas que le salen de sus adentros, sabe que es algo más que el sobrino de John Vendetti. Aunque le cueste afrontar esa disidencia dentro de los pasos que estaban planeados para él.

Y, en medio de esa pugna, está la música.

En The Artful Escape la música, a nivel narrativo, funciona como vehículo para que el protagonista construya una identidad propia. Francis ha vivido toda su vida presionado por lo que su familia espera de él, aprisionado entre esos moldes que a muchas de nosotras nos han asfixiado en algún momento. Dejándose ser libre con su guitarra, que siempre lleva colgada del hombro, comenzará a explorar de verdad quién es o, al menos, quién cree ser.

Pero no será un camino fácil. Durante toda la ópera prima de Beethoven & Dinosaur, podemos acercarnos a un Francis Vendetti inseguro y dudoso que no confía para nada en su propio talento (esto, además, puede ser amplificado por algunas opciones de diálogo, que hacen que nos mostremos como una persona con escasa confianza en sí misma). A pesar de ser un guitarrista prodigioso, nuestro protagonista no podrá sacudirse la dolorosa sensación (que también puede conectar con muchas de nosotras) de que es insuficiente.

La  música es la herramienta de construcción identitaria de la que se vale esta historia pero, además, es muchísimas cosas más. Una de las virtudes de The Artful Escape es el quiebro que hay en su relato cuando Francis es invitado a salir de Calypso para iniciar, nada más y nada menos, que un viaje intergaláctico en el que tendrá que afilar al máximo sus riffs de guitarra. El guitarrista de rock Lightman va en su búsqueda para invitarlo a ser su telonero en un conciertazo que va a dar en el Pulmón Cósmico, una gigantesca embarcación espacial que se abre paso entre polvo de estrellas y nebulosas.

Extraño de repente, ¿eh? Pues igual de insólito resulta para Francis, que acaba enfundándose un traje sideral para seguir a Lightman y surfear tormentas solares. En este viaje entre planetas y galaxias, la música extradiegética también funcionará como pulso para el desarrollo del juego, de unas tres horas de duración, y siempre vibrante gracias a la espectacular banda sonora que derrocha exceso de rock and roll y que fue compuesta por Johnny Galvatron y Josh Abrahams.

The Artful Escape - Banda Sonora

En este sentido, el arte va en consonancia al despliegue musical, repleto de vibraciones de los años 80: la inmensidad de colores y luces que Francis descubre en su periplo resultan también una fuente de fascinación para la jugadora, pues la experiencia de juego está invadida de impulsos artísticos que completan la enorme estimulación sensorial. A nivel mecánico, habrá quien diga que The Artful Escape se queda corto porque no se observa apenas variación en la dificultad y el plataformeo puede parecer que se queda en apenas una intención. Sin embargo, en mi caso, esto no entorpece para nada mi disfrute, centrado en el arte y la narrativa (a pesar de que, como bien avisa el juego al inicio, si se juega en PC es mucho más cómodo hacerlo con un mando y no es mi caso).

Durante esta travesía por el Cosmos Extraordinario, Francis compartirá duelos musicales y conversaciones con diferentes criaturas cósmicas que no verán en él al sobrino de nadie, solo a Francis. De esta manera, el adolescente irá poco a poco agotando reservas y animándose a dar pasos hacia la persona que quiere ser, con detalles reflejados en la jugabilidad tales como elegir un nombre diferente, cambiar totalmente tu apariencia y escoger un planeta y un pasado distintos para cuando alguien quiera conocer su procedencia.

Estos pequeños gestos son detalles que afianzan y refuerzan la narrativa y que, además, aportan profundidad al personaje de Francis Vendetti. Cada paso que da en este eléctrico universo es un acercamiento más a sí mismo. Renombrarse, inventarse un pasado sin olvidar el real o cambiar de ropa y de peinado son para Francis maneras de romper con los moldes de su sombra familiar, de ese fantasma que le ha perseguido toda la vida, especialmente si sostenía una guitarra entre sus manos. Con estos avances en mitad del espacio sideral, Francis va construyendo una vida que siente más propia y que se va reflejando en su música, más brillante y salvaje cada vez.

Retomando el inicio del artículo, ¿está siendo Francis libre en sus elecciones o está inevitablemente determinado por todo lo que le ha ocurrido en este viaje? ¿Aun creyéndose libre, habría elegido este camino tan diferente e intergaláctico si la estela de su tío no lo hubiera cubierto de tal manera? No puedo responder a estas preguntas que tantas vueltas filosóficas han incentivado desde siempre, tampoco afirmar o negar si Louise Clarke se equivocó al dejar que todo ocurriera en su vida tal y como sabía que iba a suceder.

Pero The Artful Escape me deja con la sensación de que quizás el sendero de Francis no puede tildarse de libre albedrío, pero sí la capacidad de que aprenda a tomar sus propias decisiones y a aceptarse poco a poco. Que, en su caso, ese determinismo que lo anclaba a notas lánguidas de folk provenía de la familia y, con el arte como catalizador, ha comenzado a lograr desprenderse de esa carga.

Tal vez Francis Vendetti (o, mejor dicho, El Terrible Bug, como se llama en mi partida) no tenía una libertad total de elección, pero sí entona su poder para aceptar y abrazar sus propias decisiones.

Elena Cortes Alonso

Un día me puse enferma y no pude ir al cole, así que enchufé la Playstation de mi hermano y me enganché a Crash Bandicoot. Desde entonces soy adicta a las historias que cuentan los videojuegos. Y a la escritura, al cine, a viajar, a todo aquello que se geste en las calles, y al katsudon.

Artículos recomendados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies