Ilustración de cabecera realizada por María Corredera.
Una parte por la que recordamos nuestros juegos de la infancia con cariño es por la inocencia con la que veíamos esa pantalla hacer magia. Da igual a lo que jugases; que los muñecos se movieran, saltasen o disparasen cuando tú se lo ordenases era algo increíble, al igual que poder ver todo el mapa desde arriba y mover la cámara a tu antojo. Además, no solo recuerdas el juego, sino todo lo relacionado con él y el entorno en el que comenzaste a jugar. Lo recordamos desde la distancia como un momento feliz, que compartíamos con nuestros padres, hermanos o amigos, pasándonos el mando, ayudándonos entre nosotras o simplemente celebrando haber saltado a tiempo. Esos momentos donde nos tenían que ayudar ya fuera instalándolos, usando el mando o explicándonos qué había que hacer.
Ese velo que cubre nuestros recuerdos nos lleva a querer revivirlos ya siendo mayores, como un abrazo que nos hace sentir que todo irá bien, y es ahí cuando puede venir el problema. Tindriel lo menciona en su artículo de Aladdin (Virgin Games, 1993) y me parece un apunte muy acertado. Un día te levantas pensando en ese juego que recuerdas con dulzor y cariño, lo coges de la estantería, lo instalas en modo compatibilidad para que pueda funcionar y empiezas a recordar: lo fácil que era esto, lo difícil que fue aquella pantalla, lo gracioso que era ese monigote.
Nos sentimos más impulsados a gastar cuando algo nos hace generar sentimientos positivos, y no suele haber pensamientos más positivos que los que nos llevan a una época en la que nos sentíamos felices, que suele ser la infancia y la adolescencia. (Herranz, 2020)
Y es que la nostalgia parece que solo sirve para vendernos recuerdos en forma de remakes o consolas mini, algo tan habitual a día de hoy. No hay más que ver el auge de los remakes que acabamos de vivir, el más reciente el de The Last of Us (Naughty Dog, 2013), pese a haber salido para la Play 3 y tener una remasterización para la Play 4. Y es que aunque la nostalgia vende —no hay más que ver la estrategia de Nintendo—, también tiene su punto negativo: los remakes, los juegos en las estanterías o las consolas minis compiten directamente con las expectativas de las jugadoras, y las expectativas son más complicadas de cumplir cada día. Se compite contra la memoria y los recuerdos que tanto atesoramos de una época donde las preocupaciones eran una tontería comparadas con las de ahora, desde la distancia que nos otorga el tiempo.
Pero, y siempre hay un pero, hay algo más: tú no eres esa niña de 11 años que juega a escondidas en el cuarto de su hermano cuando él no está. No rebuscas en sus cajones porque ha escondido los juegos para que no los toques y los rompas. Ahora eres una mujer, con muchos juegos a tus espaldas y una visión no tan bonita del mundo que te rodea. La nostalgia le pone mucho azúcar a lo que recordamos, pero no al presente, donde te has dado cuenta de las problemáticas que hay a tu alrededor y ese juego que creías tan guay, de repente, te presenta unas frases o hechos con los que ya no te sientes cómoda y no puedes pasar por alto.
Cuando volví a iniciar Hollywood Monsters (Pendulo Studios, 1997), lo hice desde la nostalgia para revivir esos momentos donde, con un solo clic, podía manejar todo un mundo y sus posibilidades, sobre todo porque quería escribir de él y hablar de cómo me inicié en un género que se convirtió en mi favorito. Pero en los primeros segundos torcí el morro y no pude pasar ni de la fiesta. Esa arma de doble filo hirió de muerte mis recuerdos.
Mientras fuera en la calle un niño grita el titular del último número de The Quill sobre la fiesta Hollywood Monsters que va a tener lugar esa noche, arriba, en las oficinas del periódico, hay un periodista que no está nada contento con que sea él quien vaya. De hecho, intenta picar a la periodista que aparece más tarde con «se necesita un periodista de primera», indicando que hay una competición y que si ella quiere serlo, tiene que ir, claro, porque no puede ir cualquiera. Además, es ella la que perpetúa los roles de género en la redacción con una contestación bastante machista, todo para llevarse la cobertura de la noticia que tanto prestigio tiene («una mujer se relaciona mucho mejor en este tipo de fiestas…»).
Me vais a decir que hay que poner las cosas en contexto, que este juego es de hace 30 años está ambientado en los 50. Y yo os diré que y qué. La problemática que presenta, el tener que ser más y parecer más porque se dan por hecho cosas solo por haber nacido mujer —y si has escuchado nuestro podcast, lo habrás comprobado— se sigue dando hoy. Tenemos que seguir enfrentándonos a ese «yo más» para que nos dediquen, al menos, una mirada.
Pero volvamos al pasado, porque yo, una niña de 11 años, me reí. Me hizo gracia porque lo creía cierto, yo no era una chica normal; sin peinar —de verdad—, siempre con pantalones, odiando el rosa y los vestidos, crecí en un entorno donde solo ellas cotilleaban, iban a fiestas, se arreglaban y yo solo quería vivir en chándal. Crecí con un machismo interno contra el que todavía lucho.
Irene escribió sobre este juego en 2018 en este misma web y también desde el prisma de la nostalgia, y es que el juego de FX llegó a muchas casas gracias a los periódicos —como los patinetes— y toda una generación creció y descubrió los point and click con él, cuando los ordenadores, con o sin internet, comenzaban a inundar los salones o las habitaciones de los hijos mayores que estudiaban.
Al final de su artículo llega a la misma conclusión que yo tras tres minutos:
Quizá la yo de ahora tiene algún que otro problema con Hollywood Monsters. Sobre todo [sic] por la representación femenina nefasta.
Pero a diferencia de ella, yo sí he dejado que esos problemas arranquen el velo de tinte cálido que cubría mis recuerdos. No solo es la manipulación del protagonista masculino para no ir a una fiesta de cotilleos, que lo considera inferior, sino que ella lucha por hacerse un hueco y lo hace a base de perpetuar los roles de género dentro de la sociedad y del periodismo.
De mis recuerdos de la infancia recuerdo más bien flashbacks y lo típico que se queda grabado en la mente de todas: los viajes por el mundo recogiendo al monstruo de Frankenstein, el hombre lobo rodeado de mujeres en bikini, algunas sin la parte de arriba, en un jacuzzi y la niña repelente a la orilla de un lago que no quiere darte la margarita y a la que al final tiras de una patada para que sea pasto de las pirañas.
Buscando más sobre el juego, ahora que tengo ordenador y acceso a internet siempre que quiera, veo que el personaje de Sue no es el único personaje femenino —aunque solo hay 8— ni sexualizado ni mal escrito y, sinceramente, el juego no es de hace tanto aunque su ambientación así lo sea. Todas las famosas tienen pechos grandes y están altamente sexualizadas y las dos que no son dos chicas acampadas para que el Hombre Lobo les haga caso, las fans locas.
Me gustaría haber escrito este artículo en una nota mucho más feliz y con un ambiente festivo, como los que ya he escrito, destacando lo que me gusta y dejándoos entrar a una parte de mi vida, pero tras esas primeras frases y las primeras fases de la fiesta lo desinstalé. Volver no solo no despertó ningún tipo de afección o recuerdo, sino que vi que había envejecido muy mal tras solo 10 minutos de partida. ¿Bendita inocencia?
Hollywood Monster fue mi primer point and click, del que no recuerdo demasiado, y tras haber acudido a él de mayor, desearía no haberlo hecho y haberme quedarme con los pocos recuerdos que pueblan mi mente.