Wandersong, el viaje musical para salvar el mundo

Wandersong - Terebi Magazine

Ilustración de cabecera realizada por Helena.

Hay viajes que se emprenden sin pretensiones concretas y que acaban atravesando la existencia misma de punta a punta. Son aquellas travesías las que se convierten en experiencias cinceladas ya para siempre en nuestro mapa vital.

Estas vivencias suelen ser las que acaban motivando que queramos convertirlas en objeto cultural para cumplir con ese veneno que activa la pulsión de la creación: transmitir. Expresar. Que aquello que nos removió pueda llegar, de la manera que sea, a otras personas que puedan estar esperando ese clic.

Quizás por todo ello no sorprende que Greg Lobanov, creador de la aventura musical Wandersong (2018) quisiera darle forma a este videojuego a raíz de un viaje de cinco meses en el que se dedicó a recorrer Estados Unidos en bicicleta. Porque en Wandersong podemos hallar las semillas de un viaje repleto de aventuras pero, además, acaba siendo un auténtico peregrinaje por todos los hilos que tejen nuestra concepción de humanidad.

Emprendamos, entonces, este viaje lleno de color, encuentros y revelaciones que acaba siendo Wandersong.

La voz como escudo ante la destrucción

En Wandersong el mundo se está haciendo pedazos. En ese contexto, encarnamos a un pequeño y optimista bardo (en el juego, The Bard) que no es capaz de empuñar una espada pero que no se preocupa porque cree que tiene un arma muchísimo mejor: su voz. Así pues, tendremos que cantar para avanzar por los diferentes escenarios e ir reuniendo piezas de la Earthsong, la canción que salvará al universo.

Y es que en cantar se resume la mecánica principal del juego, reforzando esta idea de que no se necesitan armas si tenemos claro nuestro verdadero potencial y nuestro objetivo (el rechazo a la violencia recorrerá de cabo a rabo la trama de Wandersong). En este sentido, la flexibilidad que Lobanov logra aplicar a esta mecánica es admirable, pues no me resulta repetitiva ni cargante durante las casi diez horas que dura mi experiencia con Wandersong. Lo que empieza consistiendo en cantar unas notas que se relacionan con un código de color circular que nos rodea siempre que queremos cantar se va poco a poco templando al ritmo de la curva de dificultad (que nunca será demasiado pronunciada) y, de una forma a mi juicio magistral, del mood que va tomando la historia del juego.

Así, habrá ocasiones en las que debamos cantar para que los pájaros nos eleven por alturas que no alcanzaríamos de otra manera o para moldear el espacio en una ciudad donde todo el mundo vuela y la vida se desarrolla en todas las direcciones. En otros momentos, en cambio, entonando a pleno pulmón activaremos la flora que nos rodea o conseguiremos que se el viento sople las velas del barco en el que viajamos.

Pero también habrá instantes arduos donde la mecánica de cantar no nos sirva y debamos depender más de nuestra destreza, despertando a ratos una mayor frustración, e intensificando la sensación de que no todos los lugares que visita nuestro bardo son igual de agradables ni fáciles de salvar. En una sincronía que guía todo el juego, su llamativo arte también bailará a este ritmo, volviéndose más oscuro o pálido (e incluso perdiendo el color al completo) para subrayar cada una de las atmósferas.

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Salvando cada nota, cada alma

Para mí, la profundidad que me atrapa de Wandersong se halla en sus personajes y en las relaciones que vamos estableciendo con ellos. Aquí es donde se puede palpar con mayor claridad esa experiencia vertebradora que Greg Lobanov vivió en su viaje por Estados Unidos, pues el propio creador reveló que una de las cosas que más le sorprendió de su recorrido fue conocer a tanta gente que le empujó a sentirse esperanzado respecto a la vida y a la humanidad. Y eso fue lo que quiso que cristalizara en Wandersong, el motor que lo empujó a crear esta pequeña joya.

Una de las diatribas de nuestro bardo será la de convertirse en el héroe de la historia, pues solo un héroe podrá llevar a cabo una tarea tal como salvar el universo. Y con esta premisa emprenderá la marcha hasta toparse con Miriam, una joven bruja que, a regañadientes porque no tiene muy buenos humos, se nos unirá en nuestro cometido. Junto a ella iremos asumiendo que lo importante no es que seamos el héroe sino que creamos en la humanidad para salvarla. De esta manera, la narrativa de Wandersong irá haciendo borrones en la explotadísima estructura del viaje del héroe con giros que tirarán por tierra cualquier acción que roce lo heroico. Las que al final se sobrepondrán serán las actuaciones impulsadas desde el convencimiento más humilde. Aquellas que nos hacen un poco más humanos.

Miriam, siempre en mi equipo.

El catálogo de personajes con los que nos cruzamos en nuestra aventura es tan extenso como variado. De todos ellos podremos aprender algo, a base de unos diálogos escritos con tal minuciosidad que pueden llevarte de la carcajada a la reflexión. Merecen una mención especial toda la tripulación de piratas adictos al café (en Wandersong no hay violencia, y tampoco alcohol) con los que visitaremos islas exóticas para ayudarlos y aprender otro fragmento de la Earthsong. Dentro de toda la amalgama de color y música que es este juego, también hay espacios para el humor y la ternura, el enfado y la decepción, el arrojo y la reconstrucción. Todos aquellos con los que nos hayamos cruzado (y sus voces), hayamos interactuado o no con ellos, volverán a nosotros más tarde como vuelven los rostros de las personas de paso que nos cruzamos cuando emprendemos camino.

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Así, asistiremos también a la evolución de nuestro bardo y de Miriam, dos personajes tan diferentes  –el bardo con su optimismo inagotable al frente del fondo triste y refunfuñón de Miriam– que, codo a codo, irán creciendo juntos y complementándose de tal manera que vivirán instantes y diálogos que marcarán el latido emocional de toda la historia.

Porque si hay que estar dispuesto a algo cuando se juega a Wandersong es a emocionarse. Y para eso, por supuesto, está también su música.

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El corazón está hecho de música… o de su ausencia

Sería una redundancia (volver a) decir que Wandersong es un videojuego musical. Lo es, y este fue su mayor gancho de prensa en su lanzamiento en 2018, pero no le haríamos justicia si nos quedáramos anclados en esta afirmación. Porque en esta experiencia la música nos acompaña de manera casi constante –su banda sonora, como no podía ser de otra manera, resulta una delicia que me sigue haciendo sonreír con calma en mis días más tensos– pero también su ausencia, marcando los momentos más duros y chocantes del juego.

El silencio sobrevendrá en los momentos en los que nuestro bardo flaquee y se cuestione si de verdad va a cumplir su misión. Acostumbrados a su espíritu cantarín y eufórico, el cese de la música tendrá un efecto más devastador pues, cuando ocurra, si hemos llegado hasta esos puntos de la trama será porque ya nos hemos enamorado de nuestro pintoresco protagonista.

En esta línea, otro aspecto cuidado hasta el extremo es el universo sonoro de Wandersong. Para el diseño de su sonido el equipo grabó 5085 sonidos que nos acompañan a cada pequeño paso, dando a cada área que pisamos una identidad propia. De hecho, Lobanov, creador y hombre orquesta, decidió pasar el proyecto por Kickstarter cuando decidió que el sonido debía de ser fundamental a pesar de que escapara a su alcance.

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El viaje no termina jamás

Al final dará igual quién es el héroe, o la heroína, mientras no se nos agote la voz. En los compases finales será difícil aceptar que el viaje ha llegado a su fin, aunque nada más lejos de la realidad para nuestro bardo, pues en esta aventura habrá aprendido que la vida, en realidad, no deja de ser un ir y venir de lugares y personas que nos acaban construyendo.

Escribió José Saramago: “El viaje no termina jamás. Solo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración… El objetivo de un viaje es solo el inicio de otro viaje”. Me gusta pensar que Greg Lobanov reflexionó sobre lo mismo y por ello quiso volcar sus vivencias en Wandersong, para que el viaje no terminara jamás y otros pudiéramos disfrutar de todo lo que él sintió de la mano de nuestro bardo cantarín. Para que perdurara en el tiempo, y nos cargara, también, de ganas de seguir viajando siempre.

Elena Cortes Alonso

Un día me puse enferma y no pude ir al cole, así que enchufé la Playstation de mi hermano y me enganché a Crash Bandicoot. Desde entonces soy adicta a las historias que cuentan los videojuegos. Y a la escritura, al cine, a viajar, a todo aquello que se geste en las calles, y al katsudon.

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1 comentario

  1. Menudo viaje más maravilloso nos has regalado con tus palabras, Lena.

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