Ilustración de cabecera realizada por Helena
Es posible que una de las frases que más he repetido a lo largo de mi vida sea “voy a dejarlo todo y me voy a ir al pueblo más lejano y más pequeño que sea capaz de encontrar, con una cabra, unos tomates y olvidarme de todo lo demás”. La cabra es imprescindible, los tomates son opcionales.
Cansada de un mundo en el que todo son prisas, trabajar, estudiar, correr de una punta a otra de la ciudad, en un transporte público abarrotado, consumiendo horas y horas de mi vida en los eternos transbordos, el temido adulting y sus responsabilidades… Poder dejar todo eso atrás y vivir una vida más amable, en un lugar apartado y tranquilo, es una fantasía recurrente que aparece al menos una vez al día y que suena con más fuerza cuanto más me agobian las responsabilidades y la vida cotidiana. Cuando lo único que quiero es poder pasar las horas en compañía de mis amistades, sin tener ninguna preocupación y sin ninguna consecuencia si no cumplo con las expectativas que se esperan de mí.
Stardew Valley (2016), uno de mis juegos favoritos, es un juego en el que comienzas en un ambiente muy similar. Eres una persona perdida en un trabajo monótono, dentro de una oficina monótona, con una vida monótona y gris. De pronto recuerdas una carta que te dejó tu abuelo y que no habías leído hasta ese momento. En ella te habla de que él también se sintió atrapado en un ambiente rutinario pero que, con la ayuda de una pequeña granja, en un pueblo lleno de vida y color, había sido capaz de escapar de todo ello y ahora la granja era tuya para que hicieras lo mismo. Esta introducción tan simple es de las que más me ha marcado en la vida, porque ordenaba en una breve secuencia de imágenes todo el hastío que sentía pero no sabía expresar, ese querer dejar todo atrás y empezar desde cero, olvidando lo gris.
Probablemente por ese sentimiento de familiaridad, Stardew Valley sea uno de los juegos a los que más horas he dedicado y al que vuelvo con mucha frecuencia. Cada vez que siento la necesidad de alejarme o necesito una vía de escape, abro el juego y con algo tan simple como las suaves notas del menú principal consigo ese sentimiento de estar en un lugar más amable y tranquilo. Un lugar en el que mis mayores preocupaciones son encontrar el regalo perfecto para el cumpleaños del vecino que tan bien me cae, ir a pescar el último pez que me falta para completar el centro cívico o, simplemente, ver las horas pasar mientras la banda sonora me acompaña mirando el mar.
Esta misma sensación de tranquilidad la he encontrado en el reciente Animal Crossing: New Horizons (Nintendo, 2020). Con una introducción igual de simple donde tomamos rumbo a una isla desierta para poder empezar de cero. Este juego se merece una mención especial porque llegó a mi vida durante el confinamiento. Jugarlo, en un momento tan complicado, supuso para mí una vía de escape a la realidad.
En mi pequeña isla, ya no tan desierta desde que mis vecinos se han mudado conmigo, desaparecen todos los problemas de mi vida diaria: puedo dedicar horas a decorar todos y cada uno de sus rincones, conseguir una casa más grande para poder decorarla con muebles más bonitos, completar el museo pescando o puedo no hacer absolutamente nada y simplemente ver como pasan las horas mientras saludo a mis vecinos o paseo entre las flores. Por ello se ha convertido en uno de mis lugares favoritos. En mi isla puedo esconderme cuando el mundo se hace demasiado pesado, demasiado real, y necesito descansar y ver las cosas con distancia y tranquilidad.
Si echo la vista atrás, esta misma sensación la he tenido con una entrega anterior de la saga: Animal Crossing: Wild World (Nintendo, 2005). Con él comenzó mi amor por los juegos tranquilos. De nuevo tiene una introducción simple, en la que tu personaje se muda a un pueblo. En mi pueblo de la Nintendo DS mis problemas se reducían a buscar el fósil que nunca aparecía, encontrar el vestido perfecto y robarles las flores a mis vecinos para tener el jardín más bonito. Aunque era una época más sencilla, cuando los problemas aparecían, sabía que podía refugiarme entre mis vecinos y, durante un rato, poder olvidarme de los deberes y del resto de problemas que en aquellos años parecían el fin del mundo.
Aunque si hablo de juegos en los que puedo comenzar de cero, todas las entregas de los Sims son dignas de mención. En todas ellas he invertido incontables horas que me han ayudado a encontrar un refugio en diferentes épocas de mi vida. El mundo de los Sims es un mundo mucho menos amable, que el de los juegos anteriores, porque sí existen responsabilidades, facturas que pagar, un trabajo al que asistir, unas necesidades básicas que cumplir… Pero que a la vez permite una mayor libertad a la hora de jugar y de cumplir con la fantasía de comenzar desde cero cada vez que la rutina pesa demasiado. Pero poder cambiar de carrera profesional, de barrio o incluso de amistades, con tan sólo un click y sin ninguna consecuencia, compensa el tener que invertir energías en cumplir con las responsabilidades que te plantea el juego.
Hay múltiples razones por las que los juegos tranquilos de simulación son de mis juegos favoritos, pero la principal es porque son la mejor manera de poder cumplir ese sueño de vivir en un lugar en el que el tiempo fluye tranquilo, sin prisas, sin sobresaltos, sin rutinas grises y monótonas. Son una manera de poder gestionar el día a día como yo decido: si quiero dedicarme a pasar el rato con mis amistades, si me apetece cuidar de un jardín o si simplemente quiero ver pasar las horas con música tranquila de fondo en un mundo lleno de colores.
¿Tenéis un lugar similar en el que refugiaros cuando las cosas van mal? ¿Qué juegos os hacen sentir de esta manera?