Ilustración de cabecera realizada por Anna Molina
Lo que anoche sentí al finalizar este título fue sobrecogedor. Normalmente ante propuestas así de modestas pensamos que su contenido no nos va a cautivar. Que es un producto de bajo presupuesto y, por tanto, no puede transmitir lo mismo que una gran superproducción. Soy la primera que peca de pensar así porque, a veces, olvido el factor humano que hay detrás de un juego. Así que, sí, me aterra enfrentarme a la escritura de este texto, porque no sé si le haré honor a todo lo que me ha hecho sentir. Aunque espero, al menos, poder llamar vuestra atención y que acabéis dándole una oportunidad a The Stillness of the Wind (2019).
Vivimos en una granja, en un precioso paisaje desértico. Somos una abuelilla llamada Nana Talma, que vive junto a un huerto, sus cabrillas y gallinas. Los días pasan constantes e inalterables. Nos levantamos al amanecer para cuidar nuestro huerto, ordeñar a las cabras para fabricar queso, buscar setas en los alrededores o recoger los huevos de las gallinas. Son tareas mecánicas y rutinarias donde la única alteración es la llegada de un cartero, con noticias sobre nuestros allegados.
El concepto es simple: cuidar una granja. Pero conforme jugamos la rutina de la abuela Nana se convierte en unas labores que enganchan a nivel jugable. La vida de Nana es solitaria y tranquila. Cada rincón del desértico páramo respira añoranza por un tiempo que no volverá. Tu día a día cuidando de la finca logra que le cojas cariño a cada rincón de ese precioso lugar, junto a una banda sonora que incita a la calma. Nuestra abuela, sus cabrillas y gallinas se convierten en un elemento al que apetece cuidar.
Sin darte cuenta llevas ya más de una hora jugando y los días, en lugar de rutinarios y aburridos, te resultan cortos. No te da tiempo a hacerlo todo. Oscurece demasiado pronto y no has podido recoger los huevos o cuidar el huerto. El cartero ha venido mientras ordeñabas y has perdido la oportunidad de hacer un trueque con él. Esperas al día siguiente con más tranquilidad para no perderte su visita, mientras vas al pozo a recoger agua. Por las noches te preparas algo de comer y lees las cartas de tus allegados – aquellos que abandonaron aquel lugar en busca de una vida diferente, en las grandes urbes –.
The Stillness of the Wind me ha recordado a mis años de infancia, en un pueblo pequeñito rodeado de montañas, donde la monotonía de sus días reinaba impasible junto a la paz y seguridad de sus calles. Jugarlo ha logrado hacerme viajar de nuevo a ese ambiente rural y solitario, donde sus gentes trabajaban la tierra con cariño.
Nana, al igual que hicieron mis abuelos o mis padres, decide quedarse en su lugar de nacimiento. Quizás porque no podía separarse de ese sentimiento de anhelo. Esto último se deja traslucir de forma sutil en varias ocasiones. Aunque nuestra protagonista no habla, sí podemos escucharla expresar algún que otro suspiro o pequeña exclamación cuando algún rincón de su granja le recuerda a sus padres o sus hermanos – esos que le mandan cartas diarias, pero que la dejaron sola en busca de otros aires –.
The Stillness of the Wind nos habla de la soledad pero también sobre la percepción del tiempo. Conforme pasan los días el tiempo entre el amanecer y el ocaso es menor, lo que ocasiona que poco a poco podamos hacer cada vez menos tareas a lo largo del día y nuestro juego sea más arrebatado y menos meditado. Es una buena analogía de cómo el tiempo, por muy imperturbable que nos parezca al principio, hace mella en nosotros y en nuestra forma de afrontar la vida.
«El juego habla sobre su propia naturaleza pues muchas veces en lo más simple y cotidiano encontramos aquello que más nos enternece o conmueve.»
La soledad de Nana Talma es elegida pero también impuesta pues pese a las constantes cartas de sus seres queridos, a excepción de nuestro querido amigo el cartero, nadie va a verla. Ni siquiera su hija, que se marchó de allí sin saber aún muy bien quién era o qué quería hacer con su vida. Pero el hogar siempre nos llama. Es extraño porque, aunque hayamos querido escapar de sus garras en algún momento, aquellos rincones que nos vieron crecer vuelven a nuestra memoria en forma de añorada nostalgia.
Hay que destacar también, que The Stillness of the Wind no solo enternece por lo bonito de su propuesta sino también por lo divertido de sus mecánicas. Jugarlo es sencillo pero a la vez sumamente divertido. No me importaría quedarme con Nana mucho tiempo más: cuidando de sus cabras y chivos – a los cuales se les coge un gran cariño –, leyendo con ella por las noches o explorando el desierto en busca de los recuerdos que alguna vez ella y sus hermanos dejaron olvidados en aquel lugar.
Pero el tiempo pasa inexorable y nuestros días junto a ella llegan a su fin, generando una sensación de angustia y rabia porque nos obligan paulatinamente a abandonar nuestra rutina. No quiero destriparos cómo acaba la historia, me gustaría que lo vivierais por vosotras mismas. Pero, en mi caso, conforme el final de la historia se acercaba me negaba a que ocurriera. Me sentí desamparada ante el hecho de tener que desprenderme de Nana, mis cabrillas, gallinas y chotillos que con tanto mimo había estado cuidando. ¡Quería jugar más!
Me enterneció por su historia y me divirtió por sus mecánicas. The Stillness of the Wind es una prueba irrefutable de que se puede transmitir y emocionar jugando. Me parece absolutamente mágico que algo tan humilde pueda conseguir lo que una superproducción, con cientos de millones de dólares detrás, no llega ni a acariciar.
Ya en su discurso, The Stillness of the Wind nos habla precisamente del valor de lo cotidiano. En la simpleza de la vida de Nana Talma encontramos el sentido de los pequeños detalles: lo divertido que puede ser para una anciana jugar con algo tan nimio como una rama, la llegada de una carta, la charla con un amigo – el cartero, que se niega a abandonarnos y nos acompaña hasta el final… – Son detalles, a simple vista, insignificantes pero cargados de valor. Un valor que en el mundo superficial y frívolo en el que vivimos, por desgracia, carecen de significado.
«The Stillness of the Wind habla sobre lo cotidiano, la soledad y la pérdida.»
En las cartas de nuestros hermanos solo leemos alegatos de trabajo, de vestidos ostentosos, rivalidades, política… Y pese a que todas ellas respiran un aire de nostalgia por Nana y la granja, ninguna de esas cartas muestra interés por la vida de nuestra protagonista. Es apreciable como todas ellas giran en torno a las vidas de los emisores y nunca sobre la destinataria. Me da rabia el descuido y la dejadez que tienen con Nana, aunque al mismo tiempo le da más valor a lo poco que tenemos – como la compañía de nuestras cabras o gallinas, elementos que toman un rol importante para el jugador a nivel sentimental y jugable.
Creo que, especialmente, lo que me ha embriagado de The Stillness of the Wind es ese reencuentro con lo sencillo. He podido volver a disfrutar de un juego sorbito a sorbito, sin querer precipitarme. Sin pararme a pensar que tengo una estantería con muchos juegos aún sin completar, sin hacerme pensar sobre cuánto tiempo tardaría en completarlo o qué sería lo próximo que iría a disfrutar. Me ha hecho volver a tener las mismas sensaciones que experimenté con Journey (2012, ThatGameCompany). Ese amor a primera vista hacia un título que me vuelve a gritar de nuevo a la cara que menos, siempre, es más.