*Ilustración del encabezado realizada por Raquel Rojas
No todos los héroes portan capa y espada, ni luchan contra despiadados dragones – capaces de arrasar ciudades enteras, con una simple bocanada de fuego –. Hay enemigos invisibles, desconocidos, que no aterran por sus picudas escamas, sus afilados colmillos y poderosas garras. Son adversarios crueles, que atacan sin avisar, cuando menos lo esperas y en las circunstancias más adversas. Las heridas que te pueden propinar no son sangrientas, no desgarran la piel, ni queman el cuerpo… solo marcan tus recuerdos, mente y ánimo cambiando tu realidad para siempre. Los dragones no son nada temibles comparados con la fugacidad del tiempo, la muerte prematura de un ser querido o una enfermedad como el cáncer. Esta es la primera lección que nos enseña That Dragon, Cancer.
La ficción nunca podrá superar a la realidad. That Dragon, Cancer me lo ha demostrado una vez más. Nunca un videojuego me había roto de semejante manera – hasta el punto de condicionar mi estado de ánimo, de una manera tan profunda, para el resto del día –. Pocos juegos portan tanta verdad en lo que cuentan. El desarrollo de todo el título me llegó a sobrecoger por la forma tan cotidiana de narrar cómo la familia Green tuvo que lidiar con el diagnóstico de cáncer de su hijo Joel, a los pocos meses de nacer. El juego es un relato sumamente fiel de lo que sucedió y sintió Amy, junto a su marido Ryan, durante aquellos cuatro años, de lucha diaria, por y para que su pequeño pudiese vivir.
Jugando a este título, llegué a sentir que estaba viendo algo que no debería de haber visto. No por la dureza de lo que cuenta sino por la forma tan íntima de contarlo. Es como sentir que entras en una casa ajena para husmear en las pertenencias y recuerdos de los propietarios de esa vivienda, sin su consentimiento. Vivir de primera mano lo que es tumbarte con tu hijo en una cama de hospital, mientras oyes su respiración y acaricias suavemente su cabeza, siendo consciente de que ese momento ocurrió y probablemente esté ocurriendo ahora en alguna parte, en unas circunstancias igual de adversas y dolorosas, es desgarrador. Te das cuenta de que no es un juego, son recuerdos y es tan real que duele.
En esencia, That Dragon, Cancer es un juego muy simple desarrollado con el motor gráfico Unity. No cuenta con grandes alardes técnicos, ni audiovisuales, pero consigue lo que se propone con suma eficacia. El llanto de Joel o su risa parece tan real, cuando la escuchas, que no puedes evitar angustiarte o esbozar una leve sonrisa al recordar la inocencia, claridad y pureza de la risa de los más pequeños. Lo que logra que se te encoja aún más el corazón, al pensar lo que supuso y supone el haber creado este juego para Amy y Ryan.
He encontrado pocos artículos o análisis hablando sobre este juego. Es un indie bastante desconocido pero también hay cierto temor a jugarlo. Entiendo que haya gente incapaz de darle una oportunidad a un título así. Ni siquiera yo soy capaz de recomendarlo – especialmente a alguien que haya pasado por algo parecido o no se encuentre anímicamente bien –. En mi caso, he querido jugarlo siendo consciente de que me iba a romper. Pero en algún punto vi necesario hacerlo, para así poder contar cómo me ha hecho sentir. Porque a veces siento que me preocupo por tonterías o le doy valor a cosas que no merecen la pena. Sin embargo, chocar de frente con una realidad tan dura como la que cuenta este videojuego, te hace volver a darle valor a la vida y los pequeños momentos.
That Dragon, Cancer cuenta, nada más comenzar la historia, con escenas familiares donde podemos disfrutar de los juegos y las risas de Joel junto a sus seres queridos. Añadir esos momentos a este título es una forma que han tenido Amy y Ryan de mantener vivo a su pequeño. Quieren enseñar que lo que verdaderamente le da valor a la vida son los recuerdos y anécdotas que compartimos junto a nuestros seres queridos. Y para la familia Green, pese a la fugaz vida del pequeño Joel, los momentos vividos junto a él serán siempre su regalo más valioso.
Creo que ser conscientes de la brevedad del tiempo, nos hace disfrutar las cosas con mayor intensidad – además de hacernos apreciar la vida desde una perspectiva distinta a la nuestra –. That Dragon, Cancer me ha hecho poner los pies en el suelo, recordándome que debo invertir mejor el tiempo que paso con los demás y ayudándome a apreciar más el tiempo invertido junto a la gente que me importa.
Estos son solo algunos ejemplos pero, durante sus dos horas y poco de duración, se ponen en valor muchísimas otras cosas. Podemos sentir a través de cada escena, vista desde la perspectiva de los padres y hasta los doctores que trataron a Joel, cómo es vivir de primera mano una realidad tan aciaga. Logra que empaticemos de manera abrumadora con cada uno de los protagonistas de esta historia porque, al final, aquí no hay un solo protagonista… Aquí los protagonistas son la esperanza, el desconcierto, la rabia, la desesperación, el amor, la familia, la fuerza, la aceptación, la fe, la pena, la culpabilidad, la angustia, la decepción, el coraje, la valentía y, finalmente, la palabra que el doctor intentó evitar pronunciar cuando el dragón acabó arrasándolo todo… la muerte.
Porque sí, la muerte es el mayor tabú de la humanidad. Tememos hablar sobre ello y es paradójico porque es la triste realidad que marca nuestro tiempo y nuestros días. Pero no era justo para Joel que su historia acabara antes incluso de comenzar. No lo fue para el niño, ni lo fue para unos padres que, destrozados ante tal realidad, intentaron sobrellevar aquella situación de formas muy opuestas:
- Rabia, desesperación y culpabilidad ante la incapacidad de no haber podido ser el super papá que Ryan creía que su hijo merecía tener.
- Optimismo, aceptación y fortaleza para mantener a flote a toda la familia que dependía de la entereza de una mamá coraje.
No sé si después de estas palabras alguien va a querer jugar a That Dragon, Cancer. No soy quién de deciros a qué debéis jugar o a qué no. Sin embargo, no me gustaría que este título acabase como una carta metida en una botella y tirada al mar. Ryan y Amy crearon esta obra como una manera de mantener con vida a su hijo y darnos una lección de vida. No hagamos que esta botella quede a la deriva en mitad del océano, como una de tantas cartas que jamás llegará a su destinatario.
Si alguna vez veis esta botella flotando cerca de la orilla del mar, me gustaría que os acerquéis con cuidado hasta ella y con precaución, de no manchar de agua el contenido de la carta, despleguéis el papel y leáis su contenido. Hacedlo con detenimiento, parándoos a apreciar sus matices. Probablemente después de hacerlo veréis vuestra vida de otro color. Espero que logréis aprovechar y valorar cada momento como el instante único e irrepetible que es el poder vivir otro día más.
«Dicen que lo importante no son los años de tu vida sino la vida de tus años.»