The Red Strings Club es un juego que invita a reflexionar sobre los usos de la tecnología, la consciencia de las máquinas, los límites de la empatía y la fragilidad de nuestros principios éticos. Se nos plantea una historia intensa pero con un ritmo apaciguante, todo ello aderezado con una atmósfera cyberpunk cautivadora y unos personajes con los que es imposible no encariñarse.
Abril de 2016 fue el mes elegido para llevar a cabo la trigésimo quinta edición de la famosa Ludum Dare, con el “cambio de forma” como eje temático de los trabajos resultantes. Uno de los equipos veteranos que participó fue el estudio valenciano Decostructeam, presentando Zen and the art of transhumanism. En la obra se alegorizaba la relación de la sociedad con la tecnología como una especie de simbiosis artística. El título tuvo buena acogida y era fácil entrever que acabaría expandiendo su propuesta a un juego mayor.

The Red Strings Club es la obra resultante de esa pequeña demo nacida en la Ludum Dare. Un point and click de ciencia ficción centrado en la toma de decisiones, algo en la línea del primer gran éxito del estudio, el peculiar y desafiante Gods will be watching. El jugador sigue las vidas de una serie de personajes a cada cual más variopinto: Donovan, un camarero con un don para conectar con las emociones de sus clientes; Akara, una androide programada para experimentar una empatía sin límites; y Brandeis, un hacker que se autodefine como “héroe freelance”.
La vida de los tres cambia drásticamente cuando descubren el complot de una corporación dedicada a fabricar implantes para controlar el estado de ánimo de la población mundial. Aunque el argumento nos remite a los clichés más básicos del cyberpunk, Deconstructeam trata este subgénero con tal desenvoltura que los tópicos acaban perdiendo importancia en la sorprendente complejidad de este mundo rico y fascinante, lleno de incursiones nocturnas a refugios de neón y suave jazz electrónico.
Los dos ejes angulares de esta obra son su historia, contada a través de diálogos, y las mecánicas, basadas la elección de respuestas y en los minijuegos de servir bebidas y modelar cerámica. Esto último es quizá el aspecto más llamativo del juego. Así como Gods will be watching estaba más centrado en la gestión del tiempo en situaciones de vida o muerte, en este juego la narrativa tiene un peso crucial, las escenas estan hiladas entre sí y su tono es mucho más relajado y contemplativo.
En The Red Strings Club la tensión se deja de lado para concentrarse en el mero placer de crear cócteles y cerámica. Los minijuegos son sorprendentemente adictivos, y la toma de decisiones se basa más en la intuición y los principios morales de jugador que en su inteligencia o capacidad para gestionar crisis. Incluso la misión más arriesgada del juego se realiza con una calma chicha, con el personaje cruzando las piernas sobre la mesa. Y es a través de esta recreación contemplativa del papel de cada uno que el juego brilla con más intensidad.

La versatilidad de sus mecánicas es una de las principales virtudes y flaquezas del juego, pues por un lado ayuda a conectar a nivel psícológico y emocional con los protagonistas, pero por el otro parece que no acaba de decidir su enfoque ni su identidad, más bien hace saltos experimentales de una premisa a otra de forma más o menos coherente pero un tanto embrollada.
Cuando no estemos haciendo cerámica, sirviendo copas o hackeando los sistemas de una megacorporación, tendremos largas conversaciones. En The Red Strings Club hay filosofía y cavilaciones sobre la naturaleza humana, los límites del transhumanismo y, sobre todo, la empatía. Sus conversaciones son profundas, rayando en una verborrea filosófica que se aguanta bastante bien por el contexto pero que a veces se pierde por los derroteros de una excesiva grandilocuencia.
Aún así, si tomamos esos excesos como el precio a pagar por una buena historia, The Red Strings Club cumple con creces, y algunos de sus diálogos son de lo más brillante que he visto en un videojuego. Y es que saber encontrar la respuesta adecuada y estar a la altura de estos personajes puede resultar en una experiencia tanto o más satisfactoria que servir la copa perfecta.
En The Red Strings Club las decisiones tienen un peso moral, una gravedad que invita a una reflexión constante. Puede que en un momento respondas algo con total convicción y que tras un fulminante soliloquio de otro personaje, acabes dudando de tus propias decisiones y cambiando de opinión.
Ello no significa que el juego cambie drásticamente dependiendo de cada respuesta. De hecho, te deja bien claro desde el principio que todos los caminos llevarán a un mismo final. De esta forma se subraya que lo importante no es vivir con las consecuencias de tus acciones, como en los juegos de Quantic Dream, ni crear tu propia historia, al estilo RPG clásico; se trata de de pararte a pensar cada respuesta, que el juego te invita a tomarte muy en serio pese a su jocoso envoltorio de delirio cyberpunk, lleno de arquetipos y referencias pop que se captan al vuelo.

The Red Strings Club deja en el cuerpo una sensación como de reunirse con los amigos y, tras unas cuantas cervezas y dos caladas de un canuto, empiezan a volar los dilemas trascendentales: ¿Entre qué mal escogerías en tal situación? Si el futuro de la humanidad dependiera de ti, ¿qué harías? Si pudieras decidir el destino del mundo, ¿cómo elegirías cambiar las cosas?
El juego te desafía responder con sinceridad a esas preguntas pero no se inclina por la complacencia, sino que te restriega tus propias dudas sin ninguna piedad. Todo ello en el contexto de un mundo complejo y de una humanidad llena de sesgos que tiene que aprender a lidiar con sus defectos, a abrazarlos y, en última instancia, a amarse.
The Red Strings Club pugna con algunos problemas de identidad y con una propensión a la grandilocuencia por temas que ya se han desgranado hasta la saciedad. No obstante, la forma que tiene de desenvolverse con esos temas, su derroche de personalidad y su carácter autoirónico y desacomplejado consiguen hacerlo brillar. En definitiva, puede que hayamos visto este argumento miles de veces pero su enfoque, el magnetismo de sus personajes y su mensaje sobre la compasión tan bien empacado hacen de este juego una experiencia que merece la pena vivir.